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No se puede desconocer que la gestión gubernamental ha hecho posible la ampliación en la infraestructura para habilitar nuevas Unidades de Cuidados Intensivos, sin embargo las políticas de prevención y contención se quedaron cortas.
Ha sido riguroso e implacable el seguimiento de las autoridades sanitarias a establecimientos de comercio, restaurantes y bares, que entre otras y con justa causa fueron objeto de cierres y comparendos al infringir las medidas exigidas para preservar la salud de sus visitantes, mientras en los sectores populares donde la gente se mueve sin mayor temor, el virus rota con absoluta facilidad ante la ausencia de acciones contundentes.
Nada ganamos con evitar las “covid party” en grandes o reconocidas discotecas, mientras los fines de semana las celebraciones de cumpleaños en los barrios o los encuentros de amigos en el tejo clandestino de la esquina o el billar que no hace parte de los planes piloto, se multiplican desde tempranas horas de la noche y hasta entrada la madrugada sin que ninguna autoridad ejerza vigilancia e intervenga cuando resulta necesario o peor aún que con conocimiento de causa no actúen conforme a la ley, en cambio sí privilegiando el contubernio, la coima y el soborno.
Y sí, es verdad, no se puede culpar del acelerado índice de contagio a los gobernantes o al menos no del todo, pues los primeros llamados a actuar responsablemente somos los ciudadanos, sin embargo, probado está que nuestra sociedad sólo se mueve a fuerza de castigo, restricción y sanción o en su polo opuesto en la motivación de la zanahoria para entrar en razón, ahí es cuando el principio de autoridad que deben ejercer quienes ostentan el poder cobra toda importancia.
Tampoco se trata de poner policías en la puerta de cada casa para obligar al inconsciente a usar tapabocas, pero sin duda, debería haber un control mucho más efectivo en las calles y no la actitud indiferente de los uniformados que prefieren descolgar el teléfono, mirar para otro lado o hacerse como si no escucharan antes que actuar proactivamente.
A manera de anécdota, he de mencionar que hace poco tuve noticia por algunos vecinos de la preocupación que generaba un aparente foco de contagio entre los integrantes de una familia numerosa, especialmente, decían ellos, porque mientras algunos de sus miembros se encontraban hospitalizados, otros seguían visitando las tiendas y recorriendo el barrio sin mayores, por no decir que ningún cuidado.
No queriendo caer en el señalamiento y la estigmatización, pero sí pensando en la necesaria prevención, puse el tema en conocimiento directo de la Secretaría de Salud del municipio con la esperanza de impulsar una brigada con fines informativos y pedagógicos frente a las medidas a tomar. Con bochorno debo decir que aún aguardo la respuesta de la funcionaria.
Esas aparentemente insignificantes acciones podrían hacer la diferencia en las actuales circunstancias, sin dejar de lado la masificación de pruebas en sectores o conglomerados críticos, articuladamente con las EPS, ejerciendo inspección y vigilancia para que haya celeridad y oportunidad en la atención. No esperando a que el paciente fallezca para tener un resultado.
No es llenado pisos de hospitales con respiradores como vamos a superar la crisis o más allá de los fríos números como vamos a salvar vidas, que finalmente es de lo que se trata todo esto.
La emergencia demanda la suma de estrategias sostenidas, integrales y no ocasionales cada vez que los picos encienden las alarmas.
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