Otro numerito del Concejo de Ibagué

Andrés Forero

Una vez más el Concejo de Ibagué es protagonista en las agendas informativas, no propiamente por la agudeza de sus discusiones sino por el pésimo comportamiento de sus corporados.
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Más allá de las desavenencias ideológicas, válidas en el fragor del debate, la institución ha sido epicentro de bochornosos episodios que necesariamente llaman a la reconducción del nivel moral e intelectual del cabildo donde se aprueban las decisiones más importantes de la ciudad. Y a la acción real de su comité de ética.

Ningún ataque en lo personal puede ser tolerado tras la excusa de la discusión política en el recinto natural de la democracia, es verdad, pero tampoco es preciso caer en la dramatización de falsas víctimas que soterradamente actúan con mayor desdén e irrespeto incluso por la intimidad y la dignidad humana.

Las señales obscenas captadas por una cámara fotográfica y al parecer dirigidas hacia uno de los miembros de la corporación, que derivaron en la condena enérgica de organismos defensores de derechos de la mujer, no pueden ser menos graves que la aciaga persecución de uno de esos mismos cabildantes, meses atrás, cuando jugando a ser James Bond alguien se atrevió a registrar en medio de la noche momentos de un encuentro personal del entonces presidente del Concejo, pretendiendo relacionarlo en una situación sentimental con quien para ese momento era la más opcionada candidata a quedarse con el cargo de Personero de la ciudad.

Claro que fue premeditado y claro que hubo toda la mala intención en este proceder, agravado en un hecho: instrumentalizar medios masivos de comunicación e inducirlos al engaño, al error, nada más que persiguiendo apetitos burocráticos y atizando odios personales.

La jugadita que no resultó bien, más allá  del escándalo y de satisfacer el morbo propio de la parroquia, tuvo sus implicaciones serias y más reales en el escenario familiar de quien fue sometido al escarnio.

Ese tipo de conductas, tan reprochables como el insulto explícito se suman a intervenciones adjetivadas, plagadas de sarcasmo y arrogancia, de  quienes creen tener la superioridad para ridiculizar y llevar a los funcionarios objeto de control político al límite de la descalificación o incluso a sus propios compañeros por ser novatos en el ejercicio.

Fanfarronerías de las que en su momento fue blanco el entonces secretario de gobierno Carlos Andrés Portela, de quien se quiso hacer mofa en medio de un debate utilizando como arma una condición física particular.

O más recientemente el concejal César Franco de quien se llegó a insinuar que padecía sordera o algún tipo de incapacidad mental que le impedía comprender, arremetiendo al mismo tiempo contra su idoneidad profesional.

Actitudes grotescas de personas favorecidas con el respaldo popular que aspiran a ejercer cargos públicos de mayor envergadura pero que soslayan la decencia y el respeto mínimo que como figuras representativas de la sociedad deberían profesar hacia los ciudadanos y que determinan su pigmea forma de ejercer la política.

Lo más lamentable cada vez que se estrena un nuevo número en esta tarima es que los ibaguereños sucesivamente les han permitido ocupar esta dignidad.

¿Seremos acaso imagen y semejanza de quienes elegimos para gobernar y ejercer liderazgo?

 

ANDRÉS FORERO

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