Ahora caigo en cuenta que en la historia tolimense, hasta donde recuerdo, nunca se intentó lograr un consenso acerca de qué es el desarrollo, cuál su ambicioso imaginario y cuál la trayectoria para alcanzarlo. La falta de referentes comunes permite que de modo individual muchos creamos tener la llave del progreso y ello explica el por qué el libro de la historia regional se llenó de gestores de prosperidad, mientras la vida real se hizo mezcla de pobrezas, frustración e incertidumbre.
Ante tan craso absurdo sólo queda esperar que los líderes regionales contemporáneos propicien un acuerdo sobre cuál es el quid del progreso sostenible, asunto que tendría que abordarse bajo la premisa de que el problema no es de buenos y malos sino de acierto y equivocación y por ello, sin ignorar lo trágico del deterioro ético que desanima voluntades y ralentiza soluciones, es necesario menguarle al juicio moralista y aguzar intelectos para hallar el camino perdido hacia el progreso.
Dos ejemplos para ahondar en el tema: Los más vividos hemos visto pavimentar alguna carretera secundaria y oído ampulosa alusión al desarrollo en su inauguración; pasados los días, a esa vía la hallamos “despavimentada” y hecha camino de herradura. Al leer títulos y ojear páginas de planes de desarrollo de los municipios y el departamento de los últimos 30 años constataremos que el progreso era su meta cardinal. Corolario: el susodicho desarrollo nunca fue cierto y desde luego no sostenible y la realidad siempre refutó toda rancia y recurrente promesa de cambio y felicidad.
Pese al buen propósito el progreso seguirá siendo arisco porque todo cuanto se hace para lograrlo es como parche o remiendo a traje viejo con el que intentamos ocultar o dignificar la pobreza, más no son quehaceres que forjen riqueza y bienestar común. Promesas, parches, retoques o zurcidos, siendo labores buenas, mimetizan el atraso, es decir, lo bueno encubre lo malo o, parafraseo una vieja expresión: “de buenas acciones hemos empedrado el camino hacia el subdesarrollo”.
Creo que el diálogo social, político y económico y la gestión pública no serán estériles e inocuos y empezarán a ser sesudos y eficaces si aceptamos que para entrar realmente al progreso debemos diseñar y confeccionar traje nuevo, a nuestra medida, a la altura de nuestras sueños y derechos y, sobre todo, signado por responsabilidad con las nuevas generaciones. Seguir obrando por inercia sólo hará que continuemos como venimos, “sobreaguando como corcho en remolino”.
Este, a mi juicio, es el quid del asunto y para referenciar la cuestión de los imaginarios apelo a una figura un tanto insólita pero disiente, aludo al pasado Tour de Francia donde, además del arrojo de nuestros pedalistas, la televisión mostraba paisajes, chalets, agro moderno, conservación histórica, infraestructura y calidad de vida en general y, tal vez sin compartirlo, todos coincidíamos en que lo que veíamos, o algo mejor, es lo que merecemos y por ende el destino que debemos construir.
Si bien el Tolima ha “expatriado” mucho talento, el talento sigue aquí, virtual o físico. Quien partió aquí dejó su alma y, sin duda, aquí moran muchas personas que por años investigaron el asunto de cómo construir desarrollo. Tenemos potencial humano, recursos, viabilidad, ¿qué falta? Digo que sólo falta creer que debemos confeccionar traje nuevo porque es de locos seguir zurciendo traje viejo, saber que aquí cabemos todos (más la importancia de cada quien) y entender que el Tolima podrá tener un punto de quiebre histórico el día en que una generación de líderes reconozca que “mientras más regionalistas seamos, más universales seremos”.
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