La mayorÃa coinciden en señalar que son muy diferentes a las protestas de los indignados en España, a las multitudinarias manifestaciones en Israel, o a las masivas movilizaciones en Egipto, pero difieren en el análisis de sus causas y de la forma como se desarrollaron.
Las otras protestas de este verano del descontento, o de la primavera árabe, han tenido motivos y objetivos polÃticos. En España contra el desempleo y el deterioro de la situación social; en Israel contra los grupos fundamentalistas y las polÃticas económicas del gobierno conservador; en Egipto para derrocar al régimen de Mubarak. Son protestas con ideales, mientras que las de Inglaterra han sido masivos actos de vandalismo y pillaje sin objetivos claros ni propósitos polÃticos. Tal vez el único elemento en común que tengan sea el uso de las modernas tecnologÃas de comunicación y las redes sociales como herramienta de organización.
Hay dos visiones simplistas de los hechos. Para la derecha extrema son puros actos criminales cometidos por desadaptados sociales que se aprovecharon de la debilidad de la policÃa inglesa. Para el otro extremo del espectro ideológico es una reacción contra las injusticias y desigualdades del sistema capitalista y contra las polÃticas de recorte de los servicios del Estado benefactor.
La realidad es mucho más compleja. Es cierto que el modelo de capitalismo salvaje ha generado una creciente desigualdad, pero los jóvenes que asaltaron almacenes en Londres no estaban piÂdiendo la cabeza del primer ministro Cameron, ni exigiendo un cambio de modelo económico. Pero tampoco se trata de simples delincuentes que están quebrando un orden social que puede ser restablecido con un mayor número de policÃas.
Se trata de una crisis más profunda en la sociedad, de un verdadero “malestar en la culturaâ€. Hasta la conservadora revista The Economist se aparta de la tradicional visión de ley y orden y reconoce que es “un grupo creciente de jóvenes que sienten que no tienen participación en el futuro del paÃs, que ni siquiera tienen futuro propioâ€.
Una de las explicaciones más interesantes de esta crisis y sus manifestaciones violentas es la que hace el sociólogo polaco-inglés Zygmunt Bauman. Para él, los disturbios en Inglaterra “no fueron una rebelión de gente hambrienta, o de una minorÃa oprimida, étnica o religiosa, sino un motÃn, una revuelta de consumidores frustrados, de gente ofendida y humillada por la exhibición de bienes de consumo a los cuales no tiene accesoâ€.
Los videos que muestran a jóvenes saqueanÂdo tiendas, probándose elegante ropa o saliendo con costosos electrodomésticos que de otra forma no hubieran podido Âtener, sà indican que estas multitudes no tenÃan ningún objetivo polÃtico ni meta colectiva, sino el afán individualista del consumismo.
En la cultura actual el mensaje repetido que transmiten los medios de comunicación es que la felicidad está en el consumo. Los jóvenes asaltantes pertenecen a una generaÂción que desde la cuna ha sido bombardeada con propagandas y mensajes que invitan a consumir, que muestran lo que consumen los ricos y famosos, pero que en su realidad cotidiana lo que viven es la frustración por no tener los ingresos para adquirir esos objetos del deseo; peor aún, no ven perspectiva alguna de un futuro en el que puedan llegar a hacerlo.
Dice Zaugman que este modelo, que además induce al endeudamiento para poder comprar todo lo que ofrecen, es un modelo “insostenible en lo ecológico, problemático en lo social e inestable en lo económicoâ€. La violencia de los consumidores frustrados parece darle la razón.
Son muchas y variadas las explicaciones que se ha tratado de dar a los violentos disturbios que asolaron Londres y otras ciudades inglesas a principios de este mes.
Credito
Mauricio Cabrera Galvis
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