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Sin embargo, lo que fue noble vocación ha degenerado en un oficio vulgar de ganapanes. Estos lo que buscan al perseguir las dignidades no es siquiera la dignidad, sino simplemente la paga… Es una perversión, es una falsificación, una prostitución de la política.” (Darío Echandía, discurso pronunciado en 1966)
Transcurridos 56 años desde aquel pronunciamiento debemos admitir que Echandía no solo tenía razón sino que las cosas han empeorado. Hoy, en Colombia, la política ha sido secuestrada y, en numerosos casos no la ejercen políticos sino “politiqueros”, estos son gamonales, caudillos, caciques o autodenominados Mesías, que utilizando artimañas se han tomado el poder para subyugar y acumular bienes que despojan a otros y especialmente al Estado -o sea, a la ciudadanía-. Las falsas promesas que contienen sus exaltados discursos y la manipulación, década tras década, les ha permitido mantenerse en el poder gracias a un voluminoso caudal electoral conformada por quienes comparten y se benefician de aquellos comportamientos retorcidos, y otros porque dolorosamente continúan aletargados por la ignorancia, la pobreza y el hambre.
Resulta difícil entender que a pesar de las contundentes evidencias de aquel proceder, aún haya tantas personas que continúan creyendo en ellos. ¿Cómo es posible que transen su futuro y el de su familia por un tamal, una lechona, una teja, un ladrillo, un empleito temporal y tantas promesas que nunca cumplen, mientras crecen la pobreza, el desempleo, la corrupción, violencia, inseguridad, impunidad, la depredación de los recursos naturales y las múltiples formas de exclusión?
No hay duda, muchas cosas estamos haciendo mal y una muy grave es la falta de acción dirigida a crear “conciencia ciudadana” que incluya el conocimiento de los derechos y deberes, la comprensión de que es posible construir una democracia auténtica, una que no se reduzca a votar en múltiples elecciones, una democracia que permita oportunidades para todos sin distingo alguno, que asuma que la equidad social es un derecho y que ella beneficia a todos. Se requiere una pedagogía adecuada a las peculiaridades de las comunidades, que ayude a entender que, cambiar cuanto hoy tenemos es posible y está en nuestras manos; en la posibilidad de utilizar el voto en beneficio de todos y no de los politiqueros de una u otra denominación. Y no hay duda de que podemos hacerlo si superamos la abstención y logramos que el voto se otorgue solo a personas probadamente honestas, idóneas y con la experiencia y energía requeridas para ocupar aquellos cargos de representación donde se toman las decisiones políticas que determinan nuestra calidad de vida y el futuro de nuevas generaciones. Es una tarea difícil, pero amerita todo nuestro empeño porque lo que está en juego es nuestro futuro, que no debe ser tan lastimoso como el presente que vivimos.
Aún cuando suene reiterativo, insisto en que para superar tantas calamidades, debemos asumir el desafío de aprovechar la oportunidad que nos ofrece este año 2022 cuando podremos elegir nuevo Congreso y Presidente. Es la mejor ocasión para “jubilar a los politiqueros y ganapanes” y, en cambio, elegir solo y exclusivamente personas que merezcan total confianza. Hagamos de este, el año en que entre todos rescatamos a Colombia de tantas calamidades y generamos para nosotros y para las futuras generaciones las condiciones políticas que nos permitan una vida digna.
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