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Es sobre evidente que en Colombia son muchos los asuntos que funcionan muy mal, que agobian a la población hasta la desesperación y por tanto deben cambiar con urgencia.
Inclusive el llamado ‘candidato del continuismo’ entendió que abstenerse de prometer cambios sería su sepultura. Y no podría ser de otro modo porque vivimos una situación en que se fortalecen el ELN, las disidencias de las Farc, el Clan del Golfo, los narcoparamilitares, surgen nuevas bandas criminales que, en conjunto, han tomado control de amplias zonas del país a pesar del trabajo de las fuerzas armadas para combatirlos.
Crece también el número de efectivos de las fuerzas armadas y líderes sociales asesinados, igual que las masacres y los desplazamientos forzados de las zonas en conflicto. El desempleo, la inequidad social, la pobreza y el hambre abruman a millones de colombianos, y la corrupción, la impunidad y la inseguridad superan la imaginación.
Crece también el número de venezolanos que sumidos en la miseria ingresan a Colombia (hoy suman más de dos millones) y sin importar cuanto se haga por ellos es absolutamente insuficiente. Para completar, es enorme y generalizada la desconfianza en el gobierno y en las instituciones.
Lo dicho suena duro, pero es cierto, y aun cuando algunos no lo expresen para no contrariar al gobierno y a los gobiernistas, también quieren cambios. Aún el reducido estamento de los grandes ricos y quienes disfrutan de poder y gabelas, saben que la situación que vivimos constituye una grave amenaza para ellos mismos, para sus empresas e inversiones, y así lo comprobaron con el llamado ‘estallido social’, las marchas, paros y bloqueos sucedidos en años recientes, que produjeron graves daños a la infraestructura física, no solo pública sino también privada, al comercio y a la industria.
Todo ello, en conjunto, sumado a las severas afectaciones derivadas de la pandemia por el Covid, la devastadora ola invernal y la guerra contra Ucrania, genera gran inestabilidad y pone a Colombia en la mira internacional como un país muy poco atractivo para la inversión extranjera que los gobiernos buscan estimular.
El cambio, entonces, es un imperativo ético para Colombia y debe ser de fondo, sopesado, fruto de la inteligencia y no de la pasión y del odio; con los pies en la tierra y no con propuestas efectistas e inviables, como plantean algunos candidatos con el único propósito de ilusionar a la ciudadanía, inflar su imagen y repuntar en encuestas. El cambio que requerimos debe tener prioridades claras y sentido estratégico; fortalecer la democracia y respetar la separación de poderes; vigorizar las instituciones que lo ameritan y hacer reingeniería de fondo a las que lo requieren.
Debe beneficiar a las comunidades más vulnerables, eliminar privilegios improcedentes y asumir que los cambios implican procesos y no pueden conllevar saltos al vacío, atropellos ni exabruptos que agudicen la crisis del país. Requerimos cambios que propicien la paz, desarrollo y mejores condiciones de vida para la comunidad en su conjunto. Algo así solo puede direccionarlo una persona con la experiencia, honestidad, ecuanimidad y talente de Sergio Fajardo, por ello, sin reservas invito a votar por él.
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