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En términos generales reciben la vivienda en “obra negra o gris” y ella consiste en pequeños apartamentos, de 25 a 38 metros con dos a tres alcobas, todo construido con materiales de bajo costo, incluyendo paredes delgadas que permiten escuchar hasta las conversaciones del vecino.
Suelen albergar familias conformadas por cinco y más personas y varias mascotas y, en conjunto cohabitan doscientas, cuatrocientas y más familias que compartirán ambientes completamente nuevos, mayor proximidad horizontal y vertical y nuevas normas de convivencia.
La problemática social que genera esta nueva forma de convivencia amerita especial atención. Para ilustrarla recojo comentarios de alguien que administró uno de esos conjuntos residenciales. Él destaca: … son familias que llevan consigo pobreza y con frecuencia desempleo, además de comportamientos que riñen con el nuevo escenario y a veces derivan en fuertes confrontaciones. Uno de esos problemas surge porque, a pesar de las normas establecidas, numerosos apartamentos operan como negocios: ventas de mercado, ropa, licores, comidas preparadas, clínicas de ropa, guardería infantil, etc. Algunos a puerta cerrada, otros con puerta abierta y reja.
Hay muchos disgustos porque algunos escuchan música con altos volúmenes, hacen fiestas bulliciosas y discusiones agresivas. También, por mal uso de zonas comunes y de ascensores; y son numerosas las quejas porque niños y mascotas corretean en los pasillos y así crece la circulación de gente, de mercancía y el ruido; igual, por mal manejo de las basuras, por las heces de los perros que no recogen, por robos y mal parqueo de motos y vehículos.
Reportan, además, consumo de estupefacientes en corredores y escaleras y cuando son requeridos por algún vecino reaccionan con agresividad. Inclusive se conforman pandillas para intimidar a los vecinos, que viven angustiados y evitan circular solos.
Algunos residentes confrontan a los infractores con alto riesgo de salir lesionados; otros se quejan al administrador, que poco puede hacer, excepto pedir que se corrija la conducta sin lograr mayor atención; también acuden a la policía que algunas veces llega a poner orden sin que ello garantice no repetición.
En suma, son numerosos y diversos los conflictos que se viven en aquel entorno y agudizan la tensión de muchas familias que, además, no logran completar para cubrir sus gastos, que ahora incluye la cuota de administración (gasto que no manejaban en su anterior vivienda y mantienen en frecuente retraso).
Se agrega que, por irresponsabilidad del municipio de Ibagué, varios de estos conjuntos fueron construidos en zonas que no cuentan con adecuados servicios hidrosanitarios, vías, transporte público y escuelas, para soportar la mayor demanda que significa la llegada de tantas familias. Y es muy grave que con frecuencia escasea el agua y entonces organizan plantones en vías principales para llamar la atención de la Alcaldía, que responde enviando carrotanques con agua, que no satisfacen los requerimientos de estas comunidades.
Urge entonces que esta problemática sea atendida, por un lado propiciando espacios de reflexión que ayuden a asimilar las nuevas condiciones en que viven y el imperativo de contribuir a una convivencia armónica y, por supuesto, resolviendo la deficiencia de servicios públicos.
Finalmente, cabe precisar que la indisciplina social y conflictividad entre vecinos también ocurre en espacios habitados por familias de mayores ingresos, pero el asunto aquí reseñado es un problema que se agudiza y puede salirse de control si no se atiende con prontitud.
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