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Fue una expresión que se hizo célebre, rechazada por muchos por el irrespeto que significaba hacia un gobernante latinoamericano, pero también celebrada por muchos más, que concordaban con la necesidad de que alguien callara al siempre locuaz e impertinente Chávez.
La alusión a este episodio viene al caso porque aplica muy bien a personas que actúan en muy diversos escenarios en ámbitos públicos y privados, que no se cansan de hablar y hablar y hasta parece que no se dan tiempo para pensar y procesar sus ideas, olvidando aquel sabio mensaje de los abuelos de que “el que mucho habla mucho yerra”. Pontifican sobre temas que desconocen, incurren en inconsistencias, incoherencias y errores que luego no tienen el valor de reconocer y disculparse. El asunto puede tornarse grave porque sus mensajes se suelen reproducir en redes sociales hasta generar fatiga extrema y lograr que haya quienes al identificar al protagonista y ver el enunciado procedan a borrarlos porque anticipan que es más verborrea.
El hábito de hablar y hablar sin consideración alguna con eventuales escuchas es infortunadamente frecuente en nuestro entorno, especialmente entre los políticos, y muchas otras personas de quienes se suele decir que “hablan más que perdido cuando aparece”. Repiten historias cientos de veces y entran en detalles redundantes que a nadie interesa; hacen largas introducciones y no llegan al punto. Y si participan en un conversatorio, inclusive de esos virtuales que hoy están de moda, suelen irrespetar los tiempos previstos, formulan comentarios o preguntas que preceden de largas peroratas sin que al final se entienda cuál es el aporte o interrogante que quiso formular. Esa tendencia suele estar acompañada por la incapacidad para escuchar y el hábito de interrumpir, impidiendo que los otros completen sus ideas porque siempre tiene algo importante qué decir y no quiere que se le escape, sin importar que corte a los otros. Y si se trata de hablar por teléfono desesperan tanto, que muchos optan por no responder y mejor les llaman para tener la opción de cortar, anticipando que está de prisa o va de salida.
Cabe señalar que quienes hablan demasiado lo hacen por diversas razones, entre ellas porque buscan llamar la atención para ganar visibilidad y reconocimiento. Otros porque están tan solos que cuando se encuentran con alguien hablan como locos. Hay quienes se sienten inseguros y necesitan probar su conocimiento. Y hay quienes son tan insensibles que piensan en voz alta y no se dan cuenta que están hablando mucho.
Conversar es básicamente un intercambio de ideas, información, sentimientos, entre dos o más personas. Es parte de la interacción social; es bidireccional, es un intercambio entre conversar y escuchar. Y, hay que desarrollar empatía para escuchar, para crear comprensión mutua, crear conexiones…
Por supuesto, la alternativa no es permanecer en silencio y dejar de participar, de lo que se trata es de acudir a la prudencia y a la capacidad de síntesis, que son excelentes indicadores de inteligencia. Así que quienes suelen hablar más de la cuenta bien harían en reflexionar y, ¿por qué no? pedir opinión sobre el asunto a personas de su confianza, partiendo de entender que hablar en exceso aleja a muchos y es usted quien pierde amigos y escuchas, y hasta puede lograr que lo ignoren y dejen de tomarlo en serio.
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