De gallos, gallinas y gallineros

Carmen Inés Cruz Betancourt

Es posible que algunas personas encuentren chistoso eso de que “llega un nuevo gallo a este gallinero”, como lo expresó un aspirante en trance de campaña política.
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Pero, si barajamos despacio esta forma de expresarse, no deja de ser un acto de irrespeto a la ciudadanía, independiente de que quieran mucho a las gallinas y les fascine el sancocho de gallina.

Dirán que es solo un chiste común, ordinario y ramplón, y que no hay que tomarlo literalmente. Pero, no se puede pasar por alto esa forma de expresarse porque no solo revela un mal manejo del idioma, sino que delata el talante de quien lo expresa. Si quien habla en esos términos se considera un “gallo” y los demás son una manada de gallinas, cabe preguntarse si ¿estará haciendo alusión a esa expresión tan común entre los jóvenes que llaman “gallinas” a quienes consideran cobardes o con poca capacidad de riesgo, especialmente para hacer “pilatunas”?  O, acaso se refiere a un conglomerado de animales que cacarean sin ton ni son hasta cuando son llevados al matadero porque no tienen capacidad alguna de reflexionar, de reaccionar, ni de organizarse para defenderse de quienes los engordan y entretienen para luego llevarlos a la olla? Si es así, entonces ese gracejo deja de sonar chistoso. 

¿Es ese el símil que pretendió transmitir el aspirante? Es posible que ahora afirme que no es eso lo que quiso significar sino que se trataba de una forma cariñosa de llamar a quienes convoca a votar. Pero ¡Quién puede creerle si le salió desde sus entrañas en forma tan espontánea, tan auténtica! También, podría decir que no quiso ofender a nadie y hasta podría presentar excusas, pero ya es tarde porque la ofensa se hizo, fue pública, y hubo quienes la encontraron tan graciosa que ahora la repiten “muertos de la risa”. 

Es devastador observar que la política se asuma con tanta frivolidad y que convocan presuntos votantes con tanto irrespeto. Ojalá, entre quienes respondieron a esa convocatoria, haya habido gente que observó con agudeza la ligereza con que fueron tratados. También, si el aspirante está adornado de otros “atributos” que delaten una personalidad soberbia, arrogante, maltratadora, alguien que irrespeta y subestima a quienes le rodean. ¿Será que ahí está la razón que le lleva a tratar al público en forma tan desobligante? 

Si la cosa es así, se estarían conjugando suficientes elementos para entender que no es el tipo de gallo que merezca gallinero alguno. Para actuar en política, para gobernar una comunidad, no se requieren “gallos ni machos” que lleguen a maltratar a quienes consideran gallinas sometidas en un corral. Necesitamos seres que, de múltiples formas, demuestren su calidad humana y su capacidad para respetar y aceptar a los demás como pares, como conciudadanos. También, personas cuya trayectoria sustente su capacidad para gobernar con eficiencia y transparencia, a toda prueba.

 

Carmen Inés Cruz

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