No son hinchas, son vándalos

Carmen Inés Cruz Betancourt

Pavor y desolación es lo mínimo que nos produjo el insólito espectáculo de violencia observado en el estadio Atanasio Girardot de Medellín, durante el partido de fútbol que pretendieron jugar el Atlético Nacional de Medellín y el Junior de Barranquilla.
PUBLICIDAD

La violencia desbordada de uno y otro lado resulta abrumadora en un contexto en el que la gente asiste para animar a su equipo y divertirse. Pero no es así, este tipo de comportamiento se repite en otros estadios y ciudades. De hecho, no está lejana la fecha en que sufrimos el bochorno de ver miles de colombianos que generaron desastres en un estadio de Miami, donde jugaba nuestra Selección Nacional. 

En el caso de Medellín, cabe destacar que, a pesar de que las tales barras saben que los estadios están equipados con cámaras que registran cuanto acontece, no les importa, de todos modos cometen tropelías y para ello van muy preparados. Es así como muchos ingresan vistiendo capuchas para ocultar su rostro, lo cual no logran del todo; además, asisten equipados con cuchillos y palos para agredir a sus contrarios. 

Ahora hay quienes se preguntan ¿por qué no había más policías? y la Policía responde que además de la seguridad privada que atiende el estadio,  dispusieron de 600 agentes para dar apoyo, un número notablemente alto, pero aún así, fueron avasallados por la extrema agresividad de los vándalos que también agredieron a los policías. 

Preguntan también ¿por qué no hay mayor rigor a la entrada para evitar que ingresen armas corto-punzantes y otros elementos que utilizan para agredir? La respuesta es que sí revisan cuidadosamente pero esos delincuentes se ingenian para ingresar aquellos elementos, los lanzan por encima de las rejas o camuflados de múltiples maneras. 

No hay duda, no son hinchas, son vándalos, delincuentes que aprovechan esos escenarios para atracar y descargar el enorme acumulado de violencia que llevan consigo. Está bien que se individualice a los delincuentes y se sancionen con rigor; que se refuercen las medidas para procurar mayor seguridad, pero es claro que aún impidiendo el ingreso de armas, como se observó, les quedan los puños, las patadas y la posibilidad de armar gavillas para atacar con sevicia; postran en el suelo a sus víctimas, los muelen a golpes, roban sus pertenencias y hasta los despojan de su ropa. Algunos dirán que, acaso lo hacen motivados por la necesidad, pero podría anticiparse que definitivamente no es el caso de la mayoría de quienes así actúan.

El asunto es más profundo y complejo, se trata de un grave problema social y de salud mental que remite a tantos años de violencia que han sido el escenario en el que se ha conformado el talante de quienes integramos esta sociedad. Estamos hablando, posiblemente, de personas que se han formado en entornos familiares, escolares y vecinales cargados de violencia, como lo muestran las estadísticas que reportan cada día. Además, que todo el tiempo observan agresividad y violencia en los medios, en sus superiores y dirigentes. 

Por lo mismo, se requieren intervenciones muy bien planificadas y articuladas. Su definición e implementación es una tarea compleja que demanda la participación y compromiso de múltiples actores, con protagonismo especial de profesionales en el ámbito de lo social, en salud mental, el sector educativo, por supuesto la dirigencia, la fuerza pública y varios más. 

En el contexto anotado es inevitable reflexionar sobre el futuro de esa apuesta por la Paz Total, un anhelo de la inmensa mayoría de la ciudadanía, cuando aún en escenarios dispuestos para la recreación, se reiteran comportamientos cargados de tanta violencia. Superarlo es responsabilidad de todas y todos.

CarmenInés Cruz

Comentarios