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En medio de un contexto político agitado y tras años de lucha, conquistaron el derecho a sufragar, el cual ejercieron por primera vez en diciembre de 1957, cuando casi dos millones votaron en un plebiscito por la paz.
Este avance fue el resultado de un esfuerzo colectivo impulsado por visionarias que comprendieron que la participación política era clave para transformar una sociedad que, hasta entonces, las relegaba al ámbito doméstico. Aunque la participación en la vida educativa, laboral, pública y política ha crecido de forma gradual, según la OCDE, la participación femenina en los parlamentos se sitúa en un promedio del 32%, un indicador que, aunque positivo, muestra que aún queda camino por recorrer.
En Colombia, constituyen más de la mitad del electorado, lo que refleja el poder decisivo que tienen en la definición del futuro del país. Sin embargo, el debate ha evolucionado: ya no se trata solo de votar, sino también de ser elegidas y ocupar espacios de poder.
Colombia ha avanzado, pero los desafíos persisten. De acuerdo con cifras de la Unión Interparlamentaria, el 31.4% de los escaños en el Senado y el 28.9% en la Cámara de Representantes están actualmente ocupados por mujeres. Esto representa solo una tercera parte de todas las curules. En las Asambleas Departamentales, representan alrededor del 18.7% de los miembros, mientras que en los Concejos la cifra es aproximadamente del 19.9%.
En un entorno históricamente dominado por hombres, las mujeres enfrentan obstáculos adicionales, desde la subrepresentación en cargos de elección popular hasta la violencia de género. Por eso, siguiendo el ejemplo de países vecinos como Venezuela, la próxima contienda electoral por la presidencia en nuestro país debería tener a mujeres como protagonistas. La presencia de más mujeres en la política no solo es una cuestión de equidad, sino también de justicia social y de construcción de un país más inclusivo y representativo.
¿Qué sigue? El futuro de las mujeres en la política colombiana debe centrarse en consolidar su liderazgo, eliminar las barreras estructurales que limitan su participación y promover una cultura política que respete y valore la diversidad de género. Es crucial fortalecer las leyes que las protejan de la violencia política y de género, y crear espacios seguros y equitativos donde puedan ejercer su liderazgo.
Colombia ha recorrido un largo camino desde que votaron por primera vez, pero el viaje no ha terminado. El futuro nos desafía a seguir luchando por una democracia inclusiva, donde no solo voten, sino que también gobiernen, legislen y lideren, con la convicción de que su voz y participación son fundamentales para el progreso del país.
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