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Entre Cali y Buenaventura solo hay 114 kilómetros. Sin embargo, me parecieron países distintos. Esas dos imágenes, tan absolutamente dispares, me ilustraron sobre los grandes desequilibrios territoriales. De Buenaventura no volví a saber casi nada. Cali, en cambio, permanentemente era noticia, unas veces por las acciones del M19 en Siloé y otras por la militarización y las operaciones de ’limpieza social’. Por esa misma época surgieron los ‘Caballeros de Cali’, como eufemísticamente llamaban a los narcos que comenzaban a carcomer la sociedad caleña. El dinero fluía a borbotones. Atrás quedaba esa tierra de oportunidades liderada por una burguesía industrial, emprendedora y con sentido de inclusión, que jamás tuvo desvaríos aristocráticos. Volví en 1998. Encontré urbanizaciones lujosas, modernísimos centros comerciales, vehículos de alta gama, una opulencia pornográfica, también observé que había cambiado su geografía humana. Se había vuelto mucho más morena, la pobreza crecía, mujeres, niños y jóvenes pedían limosna, vendían chontaduro, hacían malabares en las avenidas, Aguablanca concentraba miles de desplazados de Cauca, de Chocó, de Nariño. Se desvaneció esa imagen casi idílica que yo tenía.
A pesar de estos cambios mantuvo una sugestiva banda sonora, se convirtió en la capital mundial de la ‘salsa’, el baile y la coreografía la transformaron en ‘Delirio’, no obstante, la pobreza, la exclusión y la informalidad no paraban de aumentar. La fiesta disimulaba la tragedia. Este año Cali registró su tasa de desempleo más alta, 20.7%, con el subempleo suma el 61.7%. La pandemia agravó todo, las clases medias comenzaron a empobrecerse y se configuró la ‘tormenta perfecta’. Muchos sabían que esa ‘olla a presión’ algún día iba a estallar, y el día llegó. En medio de las protestas un enjambre de excluidos vio que era cierto que Cali era tierra de oportunidades, y vio la suya y la aprovechó. Cali es una fotografía del futuro de Colombia, si no reaccionamos. Hay que dejar de ver fantasmas y conspiraciones. Una cosa es que haya gente pescando en río revuelto, y otra muy distinta por qué se revolcó el río. Catalogar a los estudiantes, a los manifestantes, a los indígenas como vándalos no es ninguna solución. Hay que mirar la película completa y no solo fotogramas, además, un poco de empatía no le viene mal a nadie. Se ha roto la burbuja rosa en la que vivía una minoría, ahora estupefacta que no comprende lo que sucede.
Cali nos duele. Tenemos que aprender la lección: se requieren análisis más profundos y medidas que transformen de verdad la realidad social. No solo de salsa vive el hambre, pensarán en Puerto Resistencia.
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