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Ignoro qué pasó con el mentado juicio. Ignoro también si alguien lo defendió y si su alma en pena tuvo garantías procesales o no. Revisando el episodio, he encontrado que según el historiador Álvaro Cuartas Coymat, su biógrafo, él no fue tal cosa, y que le achaca el exterminio pijao a Juan de Borja, presidente de la Real Audiencia, quien entre 1605 y 1611 ejecutó una guerra a muerte contra los pijaos porque Felipe III le encargó de ‘restablecer’ el orden y proteger a los españoles de las asechanzas de esa etnia rebelde que asolaba la ruta entre Santa Fe y Popayán. Lo cierto es que cuando se perpetró dicho exterminio el villabragimense tenía más de treinta años de fallecido. Ahora bien, lo que sí sé es que el delito imputado estaba prescrito, pues ocurrió cuatro siglos atrás. Sí, prescrito, como van a quedar los delitos por los cuales se juzga al alcalde actual, don Andrés Hurtado, gracias a las tinterilladas de su defensa y a la falta de carácter de la Justicia, devenida en rey de burlas.
Esta semana, un colectivo de artistas decidió erigir, en el mismo lugar en donde estuvo el de López de Galarza, un monumento a un indígena. Miembros de la ‘Primera Línea’ y de comunidades indígenas lo interpretaron como un reconocimiento a Manuel Quintín Lame, el famoso líder caucano sobreviviente de la guerra de los mil días y de la violencia liberal-conservadora de mitad del siglo pasado. Más tardó ese colectivo en levantarlo, que el secretario de Gobierno municipal, Oscar Berbeo, en derribarlo. No sé si abrió un procedimiento administrativo como lo ordena la ley, lo cierto es que procedió a descuartizarlo. El apoyo que el colectivo de artistas recibió de la ‘Primera Línea’ llevó a Berbeo suponer que éstos eran los mismos que habían derribado el monumento a López de Galarza, y decidió agredirlos destruyendo la obra con sus propias manos. Violento y desafiante. El asunto lo ha debido manejar la secretaria de Cultura. No es un problema de policía, es solo una apropiación ciudadana de un espacio abandonado, un desencuentro cultural que muestra las fracturas existentes en la sociedad y el desencanto de una generación a la que no se le están brindando oportunidades. El frustrado monumento encarna una visión histórica que debe atenderse, es, además, una oportunidad para conversar con una juventud que acumula reclamos y frustraciones, a la que se le ha dado más bolillo que esperanza.
La administración municipal debe dialogar con quienes buscan expresarse a través del arte callejero, que no por callejero es menos que el de los museos. No existen violencias malas ni violencias buenas. Y menos cuando proceden de manos oficiales, que están obligadas a cumplir la ley, no a quebrantarla. Hay que ver oportunidades y no solo problemas. ¡Son artistas, no vándalos!
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