La fruta de la felicidad

Guillermo Pérez Flórez

Pensaba escribir sobre la ‘crisis’ ministerial que se avecina, pero sinceramente me dio pereza. Como sexagenario he visto entrar y salir tantos ministros que uno más o uno menos, da lo mismo.
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He visto ministros buenos, regulares y malos. Cambian los ministros y, sin embargo, las cosas siguen casi igual o peor. La culpa, entonces, no es de ellos, es del ‘régimen’, de este absurdo sistema centralista. Por eso, cualesquiera sean estos, el gobierno nacional seguirá siendo tan ineficiente como siempre, el problema no es de jinete, es de caballo. Por eso resolví hablarles de otro asunto, del mango.

Una de las frutas más ricas, tanto en contenidos vitamínicos y nutritivos, como versátil en usos medicinales. Es tal la cantidad de beneficios que me haría falta espacio para mencionarlos. Previene enfermedades cardiacas, ayuda a reducir la grasa corporal, el azúcar en la sangre y los triglicéridos. Un árbol de mango es una bendición del cielo. De él sirve absolutamente todo. Las hojas, la cáscara, la pulpa, la pepa y la semilla. Sus hojas poseen propiedades antiinflamatorias y antiparasitarias. Pueden ser más saludables que la fruta. El té de hojas de mango puede combatir el envejecimiento de la piel y generar colágeno. Contiene propiedades antibacterianas y cicatrizantes, mejora la salud visual y el sistema inmunológico. La cantidad de productos cosméticos, alimenticios y medicinales derivados del mango es muy grande. Voy a parar aquí porque los fatigaría si me extiendo, cierro diciéndoles que es rico en vitamina A, C, E, K y en magnesio, potasio, calcio y fibra.

A qué viene este cuento. Los principales departamentos productores de mango en Colombia son, en su orden: Cundinamarca, Tolima y Magdalena, con el 68% del área sembrada. El de mejor rendimiento de tonelada por hectárea (15,8) y el principal generador es Tolima. La producción nacional de esta anacardiácea es muy baja, no supera las trescientas mil toneladas. Nada, si se le compara con los 130 millones de India. Aquí es un cultivo casi silvestre, sin grandes extensiones, y la razón es simple: un altísimo porcentaje de las cosechas se pierden. Ni siquiera hacemos compostaje. Es la parte triste y vergonzosa. Me atrevería a afirmar que son miles las toneladas que quedan en el suelo. No tenemos política exportadora. Apenas en diciembre de 2022 Colombia a enviar a EE. UU., algo insólito porque aquí podemos producirlo todo el año. Voy a mi pueblo y se me arruga el corazón al ver miles de mangos pudriéndose en el suelo. Me invade una mixtura de sentimientos encontrados. Esto mismo sucede en otros municipios tolimenses y de la costa Caribe. Nuestra capacidad agroindustrial es pobre. Vivimos soñando con ‘mangos bajitos’. No hacemos compotas, ni mermeladas, ni champú, ni mascarillas, ni té, ni harina, ni postres, ni helados, nada. No sabemos deshidratarlo para venderlo en polvo. Brasil, México, Chile, Costa Rica y Argentina son los principales exportadores latinoamericanos.

El año pasado Perú exportó 350 mil toneladas, pues ha elevado sus estándares fitosanitarios y de inocuidad alimentaria. Aquí tendríamos que combatir en la ciclospora, un parásito microscópico que causa diarrea.  Nosotros estamos en pañales.

Finalmente, les cuento que contiene triptófano, el aminoácido que estimula la serotonina, la hormona del placer, la felicidad y la tranquilidad. Advierto sí que no es afrodisíaco, como tampoco lo es ya una designación ministerial. Otro día les hablo del mangostino.

 

Guillermo Pérez

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