Fútbol, religión y política

Guillermo Pérez Flórez

El miércoles pasado fui a un bar con unos amigos a ver el partido contra Uruguay. Como era de suponer hubo sobrecupo, la gente no cabía, estábamos codo a codo, casi como en el estadio.
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El sonido y las pantallas gigantes ayudaban a crear esa atmósfera. A nuestro lado, una mujer otoñal con su pareja con quien terminamos hablando de fútbol, de qué podría ser. Cuando Lerma se elevó y con su cabeza empujó el balón contra la portería uruguaya, la señora estalló de alegría, cantó el gol, se puso de pie, abrazó y besó a su novio o amigo. Hasta ahí todo dentro de lo esperado. Lo curioso vino después, se abalanzó sobre nosotros, nos abrazó como si fuésemos amigos de vieja data. Rebosante de alegría.

Por qué el fútbol despierta tantas pasiones y mueve multitudes en todo el mundo, al punto de ser considerado el “rey de los deportes”. Más de cuatro mil millones de personas lo siguen y mil millones lo practican. Hay varias hipótesis. Una, afirma que es una especie de religión, vocablo que viene del latín ‘religare’, que significa unir, aunque en determinados momentos también divida. El fútbol genera identidades y adscripciones culturales. Recrea los impulsos tribales que habitan en la naturaleza humana desde la noche de los tiempos, y quizá más en la actualidad, cuando la familia viene reconfigurándose, al punto de incorporar a ella otras especies (perros, gatos, peces y otros animales) y de adoptar formas diferentes, tantas como diversidades sexuales haya. Pero dado que la familia, la tribu y la nación (su extensión más grande) están en jaque por la globalización, el fútbol se convierte en un paliativo a las transformaciones disolventes, porque satisface la necesidad humana de pertenencia a algo. Esto podría explicar también la proliferación de religiones, en casi todos los países, incluido Estados Unidos, en donde, según un estudio de la Universidad de California, publicado hace algunos años por el New York Times, cada año surgen entre 40 y 45 movimientos religiosos.     

El XX fue el siglo de las ideologías y los nacionalismos. Los partidos políticos daban sentido de pertenencia y de existencia. Hoy muchas personas carecen de familia, de partido, de tribu, y por esto el auge del fútbol. Los estadios son templos en donde algunos seres adquieren perfiles sagrados. El fútbol tiene imán para unir a la gente, a diferencia de la política contemporánea, que la divide y la expulsa de la escena pública, pues es un escenario de confrontación visceral, sin reglas ni ética, en donde todo vale y solo hay enemigos. Ahora bien, entre el fútbol y las religiones existen similitudes. Los himnos, cánticos y celebraciones, antes, durante y después de los partidos, se asemejan a las ceremonias, rezos y cánticos en las iglesias. Los aficionados se agrupan en clubes, como los fieles en parroquias. Los sacerdotes y los técnicos con sus respectivas liturgias. El fútbol estaría mutando en una religión.

Existe otra hipótesis para explicar su éxito, tiene que ver con una sustancia neurotransmisora que genera, la dopamina. Una hormona que produce placer y relajación, igual que el sexo. Eso sugieren algunas investigaciones. En otras palabras, los goles causan una sensación similar a la actividad sexual. Tengamos fe en nuestro equipo, y oremos a nuestros nuevos dioses para que esta noche nos provean alegrías orgásmicas con varios goles contra Argentina. El pueblo colombiano necesita desfogar esa neurosis colectiva que está generando la política.   

 

Guillermo Pérez

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