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Lo conocí a 30 mil pies de altura, a bordo de un vuelo entre Madrid y Bogotá, en 2005 o 2006, no recuerdo con exactitud. Su silla estaba cerca de la mía y, en algún momento, nuestras miradas se encontraron. Se había puesto de pie, seguramente para estirar las piernas. Me saludó amablemente, con un movimiento de cabeza y una sonrisa. Fue tanta su sencillez que me acerqué, nos dimos la mano y comenzamos a conversar como si fuéramos amigos de toda una vida.
Charlamos por espacio de veinte minutos, o un poco más, quizá. Le pregunté cómo iban sus investigaciones, y me dijo: “Con limitaciones, como siempre”. Sin embargo, se mostró animado; me contó que venía de dar unas conferencias en España y de buscar apoyo financiero para su vacuna contra la malaria. Este país, su segunda patria, creo que lo trató mejor que el nuestro. En 1994 le fue otorgado el premio “Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica”, y años después las universidades Complutense y Autónoma de Madrid, la de Málaga, la de Valencia, la de Cantabria, la del País Vasco, la de La Laguna y la de Valladolid, le conferirán doctorados “Honoris Causa”. Además, los reyes Juan Carlos I y Sofía, así como en ese momento el príncipe Felipe, le tenían especial cariño y siempre lo apoyaron. Es posible que yo mostrase especial interés en su trabajo, porque me invitó a que pasara al Instituto de Inmunología, que él dirigía, lo cual hice la semana siguiente. Ese segundo encuentro resultó más cálido que el anterior; me trató como si fuese un amigo.
Años después, en abril de 2021, gracias a que su hermano Hugo me recuperó el contacto, le hice una entrevista, y tuve el placer de conversar amplia y animadamente sobre el coronavirus, sobre las vacunas, sobre el Tolima, y sobre los tropiezos que supusieron para su investigación las especulaciones en torno a supuestos maltratos a los monos en el Amazonas. En esa entrevista me comentó que la campaña de una animalista le paralizó los trabajos durante años. Culpó a las farmacéuticas inglesas y norteamericanas de financiar una campaña de desprestigio en su contra. Algo creíble si se tiene en cuenta que despreció, de algunas de ellas, una oferta multimillonaria a cambio de que cediera sus derechos sobre la vacuna contra la malaria, la cual donó a la Organización Mundial de la Salud (OMS). La malaria es la enfermedad parasitaria “que más vidas humanas ha cobrado a lo largo de la historia”. “Cada año mueren más de 600.000 personas”, según lo afirma Pedro Alonso, director del programa mundial contra ella.
Se va un grande del Tolima y de Colombia. Más de 500 artículos indexados en revistas científicas y varios reconocimientos nacionales e internacionales. Hay luto en todo el mundo científico. He realizado un repaso a los principales medios de comunicación internacionales y se han prodigado en recordar sus ejecutorias, sus avances y tropiezos. Desde estas líneas, mi solidaridad con su familia y todas las gentes de Ataco, su solar natal, en donde a muy tierna edad, tomó la decisión de dedicar su vida a la investigación científica para salvar vidas. Se nos fue cuando aún tenía mucho para dar. Los colombianos, todos en general, pero los tolimenses en particular, quedamos en deuda de decirle cuánto le admiramos y quisimos. Queda pendiente un acto de reconocimiento póstumo.
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