Decía un profesor de mi Maestría hace muchos años que, los planes son buenos en el papel, pero que difícilmente estos, tan bien escritos y formulados, llegan a obtener los resultados esperados y casi siempre terminan cercenando las esperanzas y las expectativas de las comunidades.
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Ejemplos hay por montones. El director del CERE de la Universidad del Tolima, señalaba en una columna de opinión hace muy poco que la Visión Tolima 2050, adoptada como política pública por la Asamblea, no fue la hoja de ruta de todos los instrumentos de planeación, pues ni siquiera alumbró el horizonte del plan de desarrollo departamental, aprobado el pasado 28 de mayo.
Más allá de los interrogantes pertinentes que formula, la gran pregunta es por qué ocurre esto en nuestro departamento. Las entidades territoriales deben tener apuestas de futuro a largo plazo si quieren verdaderamente construir socialmente el desarrollo regional. Esta discusión tan trillada no ha sido asumida por nuestros flamantes gobernantes. Cada uno llega creyendo que lo suyo es el cuatrienio para el que lo eligieron y no que su administración se articule con visiones de largo plazo.
Desde hace varias décadas algunos actores sociales y gremiales han querido enrutar nuestra región hacia visiones prospectivas. Al ritmo de las discusiones conceptuales sobre planeación se han querido promover planes mirando un horizonte de largo plazo. En los noventas para no irnos tan atrás se promovió la idea de un plan estratégico para Ibagué. Mientras lo animó con recursos propios la Fundación Social, la discusión estuvo sobre la mesa, sin embargo, la orfandad llegó cuando se le pidió a los actores regionales y políticos que asumieran su responsabilidad de sacarlo adelante.
A finales de esa década se hizo un enorme ejercicio participativo desde las comunas de Ibagué para formular sus planes de desarrollo. El ejemplo inicial de la comuna 8 se replicó en otras comunas y algunos corregimientos, hasta convertirse en política pública a través de un acuerdo en el gobierno de Jesús María Botero que creó el Sistema Municipal de Planeación y Presupuesto Participativo. Semejante esfuerzo no redundó en otra cosa distinta a una gran indiferencia de los gobernantes de turno y una frustración para las comunidades.
Como colofón de esta breve reflexión conviene recordar que las regiones ganadoras se caracterizan por sus apuestas a largo plazo. Estas se recogen en visiones compartidas como expresión de la construcción del sentido de lo público, donde todos los actores del territorio ganan. Estas propuestas colectivas comunes deberían ser el gran proyecto político regional que junte a la clase política sin recelos ni protagonismos innecesarios.
La región, en el ámbito o escala que quiera considerarse debe estar al centro. La costumbre inveterada de vivir en un eterno síndrome de Adán por mezquinos intereses de quienes circunstancialmente llegan al gobierno, debe quedar atrás para que la renovada capacidad de soñar que surja de dinámicas democráticas y participativas no sufran nuevas y lapidarias frustraciones. Es el desafío que enfrentamos.
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