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Más allá de la importancia de estos actos de gobierno buscando mostrar sus ejecutorias, el desborde de protagonismo de los gobernantes es lo que llama la atención. Podrían ser actos austeros y sencillos sin mayor protagonismo.
En contraste de estas dinámicas exacerbadas, tuve la oportunidad de participar el pasado fin de semana en un acto, este sí, despojado de mayores pretensiones de protagonismo de nadie. En Ibagué en una cooperativa del sector financiero, se realizó el evento de cierre de un proyecto sobre fortalecimiento de la asociatividad de las micro y pequeñas empresas. Una iniciativa que duró 12 meses y contribuyó al mejoramiento de la competitividad de 16 organizaciones, 8 del departamento del Tolima y 8 de Chile.
Llama la atención que este proyecto articuló los 4 actores de la sociedad: academia, sector público, sector privado y organizaciones comunitarias. Relevante el papel impulsor de la iniciativa de la Facultad de Estudios Ambientales y Rurales de la Universidad Javeriana de Colombia. En las intervenciones de los asistentes quedó flotando de una manera intrigante la pregunta del rol de universidades de la región. La pregunta es ¿Por qué las universidades del departamento no protagonizan proyectos para ayudar a los sectores más vulnerables?
Se destacó la implementación del curso “Herramientas para el Diseño y Evaluación de Proyectos Asociativos”, con un diseño transversal que permitió su aplicación tanto en Chile como en Colombia. Las organizaciones tuvieron la oportunidad de contar con selecto grupo de docentes que trabajaron intensamente en el fortalecimiento de sus capacidades de asociatividad.
Es indiscutible que, la desigualdad, el acceso limitado a recursos y mercados, y las dinámicas históricas de exclusión en el sector rural, dificultan el progreso sostenible de las comunidades campesinas y organizaciones productivas y sociales. Es necesario que se fortalezca una estrategia de asociatividad que sirva como herramienta para superar estas limitaciones, permitiendo que los pequeños productores y las mujeres rurales, puedan acceder a oportunidades económicas, construir relaciones de confianza y colaboración que potencien el capital social.
La asociatividad entendida como la unión voluntaria de personas o grupos que comparten objetivos comunes en lo económico, social y político es fundamental para enfrentar las barreras estructurales que habitualmente enfrentan en solitario. Asociados acceden a economías de escala, negociar mejores precios, reducir los costos de los insumos, acceder a créditos y tener capacidad para reclamar programas de apoyo gubernamental.
Ejemplos hay muchos en varios sectores productivos. En el departamento por ejemplo, las asociaciones cafeteras están conectando a los productores con cadenas de valor más amplias en lo nacional e internacional, se están capacitando técnicamente, acceden a nuevos conocimientos y adoptan prácticas sostenibles reclamadas por los mercados.
El enfoque asociativo beneficia económicamente a los miembros que lo asumen y fortalece también su capacidad de adaptación frente a los retos como el cambio climático y la turbulenta volatilidad de los mercados.
Sin mayores aspavientos, sin reflectores encendidos, sin los medios haciendo eco de lo positivo que viene pasando, la asociatividad da pequeños pasos. Lo lógico es que los gobernantes apoyaran estas iniciativas sin cálculos electorales, sin embargo, parece un deseo ingenuo de alguien que cree que sin capital social no es posible el desarrollo y la paz.
En buena hora siguen existiendo estas iniciativas. Ahora a pensar en lo que sigue.
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