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Entre Trump amenazando con deportaciones masivas y Petro soñando con trenes que solo existen en su PowerPoint de campaña, aquí estamos, haciendo malabares con la dignidad nacional.
¿Recuerdan cuando nos vendieron el cuento del tren Barranquilla-Buenaventura? Pues se quedó varado en el peaje de Dagua, como las promesas de campaña que se evaporan más rápido que un político cuando ve a sus electores. Y mientras tanto, nos preparamos para recibir una oleada de deportados como quien espera un tsunami con un paraguas de playa.
Lo chistoso (si algo de esto puede ser chistoso) es que el gobierno actual, tan progresista él, tan revolucionario él, parece más ocupado en dividir el país entre "gente de bien" y "gente de mal" que en preparar una infraestructura digna para recibir a nuestros compatriotas deportados. Como si no bastara con los venezolanos que siguen llegando con más esperanzas que maletas, ahora nos toca recibir a los colombianos que Trump decide que ya no son bienvenidos en su tierra de "libertad".
En mi oficina, cuando hablo de estas cosas, me miran como si fuera un loco conspiranoico. "Ahí va el profesor con sus teorías", dicen. Pero la realidad es más delirante que cualquier teoría: ayer fue Milei cortando ministerios como quien poda un bonsái, hoy es Trump prometiendo deportaciones masivas, y aquí estamos nosotros, con un gobierno que parece más interesado en Twitter que en gobernar.
Lo más irónico es que el progresismo, en su afán de "refundar" el Estado, parece más empeñado en destruirlo. Es como si alguien decidiera remodelar su casa empezando por dinamitar los cimientos. Y mientras tanto, ¿quién piensa en los deportados? ¿En esos colombianos que vendieron hasta el alma para perseguir el sueño americano y ahora regresan con una mano adelante y otra atrás?
La verdad es que estamos viviendo tiempos donde la realidad supera cualquier columna de opinión. Cuando hablo con mis estudiantes sobre esto, me preguntan: "Profesor, ¿y ahora qué hacemos?" Y yo, tratando de no sonar como un disco rayado de pesimismo, les digo que la historia es cíclica, que esto también pasará. Aunque, siendo sinceros, cada vez que digo eso, me sueno tan convincente como un vendedor de paraguas en el desierto.
Entre tanto, seguimos aquí, viendo cómo el mundo da vueltas como una lavadora descompuesta. Trump por allá, amenazando con deportaciones masivas; Petro por acá, soñando con trenes imaginarios; y nosotros en el medio, tratando de mantener la cordura en un país donde la realidad parece una mala parodia de García Márquez.
Pero como decía mi abuela: "No hay mal que dure cien años, ni crisis que no se vuelva anécdota". Aunque, a este paso, hasta mi abuela tendría que actualizar sus refranes.
PD: Si alguien encuentra el tren Barranquilla-Buenaventura, por favor avisar. Debe estar junto a las otras promesas de campaña, en algún lugar entre la fantasía y el olvido.
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