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Dizque para mostrar resultados y planear el 2025, como si el tiempo se pudiera planear igual que uno ordena un domicilio por aplicación.
Mientras me tomaba una chicha con bizcochos – esos que son del pueblo y no burgueses como ese pan que ni sé pronunciar pero que suena a francés con indigestión – me enteré que Uribe y Maduro se pusieron a discutir sobre una intervención internacional en Venezuela. Es como ver a dos gallos de pelea debatiendo sobre el veganismo: uno pidiendo que las Naciones Unidas hagan lo que ni el maestro Yoda podría, y el otro respondiendo que nadie quiere violencia, como si la historia no tuviera más memoria que político en época de elecciones.
Me contaron que Maduro ganó en julio como gana uno el chance: sin poder mostrar el billete premiado. Tiene al ejército más fiel que perro con hambre cuidando un hueso, y mientras tanto va devolviendo empresas como quien reparte dulces en Halloween, con la única condición de que nadie diga "esta boca es mía" contra el gobierno.
Chávez expropió tanto que dejó a Venezuela más pelada que rodilla de gamín, con el 80% de su riqueza perdida como mis ilusiones cuando me dijeron que el pan burgués no era un insulto sino una marca de panadería. Ahora Maduro cambia de estrategia como quien cambia de camisa en día de lluvia: devuelve empresas pero mantiene el poder más apretado que nudo de corbata en entrevista de trabajo.
Y mientras todo esto pasa, aquí estoy yo, más confundido que extranjero comiendo ají, pensando que al final resulta más pobre el que come caviar mirando el Mediterráneo que este servidor que se empuja una chicha con bizcochos calentanos, porque al menos yo todavía puedo escribir estas líneas sin que me manden a callar como a televisor en misa.
Como decía mi abuela: "La democracia es como los bizcochos calientes, si no los comes a tiempo se enfrían y pierden el sabor". Y vaya que en esta parte del continente andamos comiendo democracia fría desde hace rato, tan fría que ni el microondas de las buenas intenciones la puede calentar.
Me despido por hoy, que se me enfría la chicha y las noticias me dan más dolor de cabeza que guayabo en lunes. Al menos me queda el consuelo de que mientras pueda seguir escribiendo estas líneas, la libertad seguirá siendo como mi mecedora: vieja pero resistente, chirriante pero firme, y sobre todo, más auténtica que promesa de vigilante que no duerme en el turno.
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