PUBLICIDAD
Tres horas caminando bajo un calor que te atraviesa los huesos y unas trochas más profundas que dolor de muela, con unas botas de caucho negro que ya no son de trabajo sino de supervivencia. En su mano, un papel doblado con el nombre de Wendy, su hermana embarazada que viene detrás, huyendo de unos disparos que sonaron más cerca que cualquier promesa de paz.
Norte de Santander es un mapa de coca: dicen porque no conozco que son cerca de 30.000 hectáreas que no son cultivo, sino herida abierta. El Catatumbo, con sus 27.000 hectáreas, no es un territorio, es un campo de batalla donde el ELN juega a ser dueño y señor. Una guerrilla comunista que lleva 50 años negociando y ni siquiera sabe lo que significa negociar, lástima porque cuando éramos niños jugamos a policías y ladrones, guerrilleros y soldados, la diferencia es que crecimos, ahora somos viejos, y ya no jugamos, sino que nos seguimos matando.
Mientras Carlos hace fila en el estadio General Santander, esperando un mercadito sin guarapo, y un abrazo de su otra hermana, el presidente, hizo la más fácil decide tomarse un vuelo a Haití. Cuatro horas de visita que le costaron a los haitianos 3.8 millones de dólares en infraestructura. Protocolo que alimenta burócratas, no campesinos.
El ELN se mueve entre Venezuela y Colombia como quien camina por su patio trasero. Un grupo narcoterrorista que es paramilitar en un lado, "subversivo" en el otro, y en el medio, Carlos y miles como él, perdiendo la tierra, la esperanza, el almuerzo.
Su hermana Wendy trae en su vientre algo más que un embarazo de tres meses. Trae la esperanza de que algún día, en este país de contradicciones, un niño pueda nacer sin tener que huir antes de conocer su primera yuca. Como diría Tola: "Mijito, esto está más jodido que un cangrejo en un baile de gallos". Y lo peor es que ni siquiera es un chiste.
La frontera entre Venezuela y Colombia no es una línea en un mapa. Es un territorio donde la coca crece más rápido que los sueños, donde los grupos armados negocian con balas lo que no pueden con palabras, y donde Carlos sigue esperando, con sus botas calientes y su bolso casi vacío.
Y no se si con Trump 2.0, ahora ir a comer tacos de cecina o tacos de tripa o arrechera será más difícil. Pues como soy latino, costeño con raíces negras e indias, más revuelto de kumis bien hecho, me da miedo que me nieguen la entrada cuando se tomen el tiempo de leer mis columnas en la CIA y digan: "Pobre hombre, ni para escribir sirve".
Si Trump 2.0 alguna vez lee esto, que sepa que no necesitamos muros. Necesitamos que alguien escuche a Carlos, a Wendy, al Catatumbo entero.
Porque la patria no es un discurso. Es este pedazo de tierra que Carlos lleva en sus manos, cansadas pero dignas. Es este pedazo de esperanza que Wendy lleva en su vientre, mientras los disparos quedan atrás, pero no olvidados.
Y mientras tanto, señores burócratas, la vida sigue siendo más cruel que una semana sin carne, un día sin paz y que cualquier tuit mal redactado.
Comentarios