El día sin carro

Manuel José Álvarez Didyme dôme

El improvidente e improvisado “día sin carro y sin moto” realizado el pasado miércoles 22 del noviembre que cursa, sin haberse estudiado de manera previa lo que los economistas llaman su “costo-beneficio” (en este caso costo-perjuicio) y su imposición a los habitantes de esta musical villa, se llevó a cabo, pese a la evidencia del gran cúmulo de ciudadanos perjudicados con tan disparatada medida.
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Algo que el alcalde Hurtado, a falta de imaginación y talento copió de lo hecho en otros lares para implementarlo entre nosotros, sin evaluar las consecuencias de tal determinación para saber si se acogía o no, qué efectos iba a producir sobre el deteriorado discurrir de la ciudad y su maltrecha economía y a cuantos y a quienes afectaría, auxiliándose al efecto de estudios socio-económicos, de tránsito y mediciones de la polución ambiental para ver si se justificaba o no la medida.

Teniendo en cuenta además, la alta tasa de desempleo de la ciudad, el decaimiento de la actividad constructora y la crítica situación del comercio pese a la proximidad de la temporada navideña.

Lo que nos lleva a pensar, cómo, mientras otras urbes sí encaran con seriedad y trabajan en la eficaz solución de sus principales problemas de aquellos que  generan ineficiencia y desorden, Ibagué poco o nada de trascendencia hace al respecto, dando una muestra de la imperdonable indolencia de sus rectores frente al deplorable panorama de atraso que presenta.

Porque el tiempo pasa y la ciudad continúa en franco retroceso, con un centro tradicional que sigue concentrando su actividad económica e institucional en un núcleo urbano cada más vez ruidoso, desordenado y caótico; con una malla vial deteriorada y con congestionadas vías; por demás sin autoridad que imponga orden y una precaria y añosa infraestructura.

Y es que su actual administración ha olvidado de cara a tan inminentes y graves circunstancias, que debe procurar ambiciosos proyectos y de amplio espectro distintos a los hasta ahora concebidos, como el que durante años se ha reiterado, de un tren de superficie y/o metro local, como el que se construye en Bogotá y ya construyó Medellín, urgiendo para su financiación el apoyo del sector privado y de la Nación, aprovechando para ello lo que queda de la antigua vía del ferrocarril que recorría la ciudad de norte a occidente y al sur con una estación central que hoy coincide con la terminal de transporte, y que además nos integraría con eficiencia y a bajo costo en forma de “tren de cercanías”, con zonas tan próximas y con perspectivas de productividad agroindustrial como el barrio especial de “El Salado”; Picaleña y sus nuevos desarrollos habitacionales; Buenos Aires en donde ahora mismo existen un complejo industrial y una central de carga, y los municipios próximos de Alvarado, Venadillo y Rovira; Gualanday con su atractivo turístico no obstante menguado en razón de la variante, y hasta Chicoral, el Espinal, Flandes y Girardot para conformar una región de vasta proyección económica.

Las opciones de comercio, industria y turismo y por supuesto de empleo que de allí surgirían, serían de innegable importancia para nuestra escaecida economía.

MANUEL JOSÉ ÁLVAREZ DIDYME-DÔME

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