La muerte de otro irreemplazable amigo

Manuel José Álvarez Didyme dôme

El inexorable paso del tiempo nos va privando de gentes valiosas, pues de forma lenta y gradual casi que imperceptible, la muerte se los va llevando, como pasando las hojas de un calendario en uso.
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Como recién sucedió con Carlos Guillermo Aragón Farkas, próximo por muchas razones a nuestros afectos, que si bien no habitaba físicamente el terruño, siempre tuvo al Tolima y a sus paisanos como el norte de sus querencias y su cariño.

Para nuestro infortunio, uno de aquellos seres con los que en estrecha comunión disfrutamos varios de los muchos momentos que nos brindó el discurrir de la vida en esta musical ciudad, -gratos los más-, pues desde cuando lo conocimos e hicimos buenas amistad en nuestros años juveniles, por allá en el viejo barrio Interlaken y en las primeras obras que se adelantaban en el que hoy es el moderno Club Campestre, fueron ratificándose y amplificándose con largueza en la medida en que fueron pasando los años, a lo largo de su fructífera vida:

 

¡Cuanta falta nos ha de hacer el amigo en el futuro!

 

Y es que la muerte de Callemo, como con afecto lo llamábamos sus cercanos en cuanto siempre hacía parte de aquellos seres con los que siempre se mantenía una cercana comunión espiritual y se disfrutaban los varios momentos, que nos brindaba el discurrir de la vida, nos lleva a recordar, una vez más ese aparte del bello poema del gran Jorge Luís Borges:

 

que el muerto no es un muerto:…es la muerte que llega…”.

 

Esa indeseada muerte de la que no escapó este gran amigo, y que nos priva de una atildado ser humano que contribuyó con excelencia al buen suceso vital de nuestra región, en tanto en cuanto siempre estuvo vinculado en una forma u otra a ella, ornándola con su inteligencia, rectitud y buen consejo y a cuyo buen suceso contribuyó como el eficiente y pulcro gobernante departamental que fue.

Un gran tolimense de esos que hacían “camino en su andar”; una sensible pérdida para una tierra que a diario ve con angustia cómo se va sucediendo la merma de una gran porción de su irrepetible pasado como “tierra buena, solar abierto al mundo”, tal como la llamara el maestro Bonilla, sin que nada podamos hacer para evitarlo, en idéntica sensación a la que experimentamos al ver caer los árboles del frondoso bosque que nos brinda generoso cobijo y sombrío.

Mucho entristece cuando gentes de estas calidades, nos van dejando, pues el implacable paso del tiempo va reduciendo las cifras humanas que le dieron orgullo y prestancia a la región.

Junto a mi esposa Luz Ángela y los míos y a aquellos que hoy percibimos en toda su magnitud la gran pérdida que conlleva su muerte para el departamento, les estamos enviando un solidario abrazo a su esposa Amparo, a sus hijos Sergio y Emilia, y a sus hermanos en especial al eximio compositor y folclorista Luis Enrique Aragón.

Manuel José Álvarez Didyme-dôme

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