El ascenso de la mujer

Manuel José Álvarez Didyme dôme

Desde la primera mitad de la pasada centuria, en tiempos del gobierno de Mariano Ospina Pérez, se propuso sin éxito la enmienda de la carta constitucional para darle a la mujer los derechos políticos que la República históricamente le había negado.
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Años después y como ocurre con toda sociedad que termina desbordando las instituciones que la contienen cuando la realidad social lo impone, se superó el anacronismo del monopolio masculino del poder, y el país se puso al orden del día con la "Declaración de los Derechos del Hombre y del ciudadano" adoptada por las Naciones Unidas en el Palacio de Chaillot en la cual se habían proscrito las discriminaciones por razón de sexo o de cualquier otra causa y se había consagrado la igualdad para derechos, fueros y libertades.

Ya para entonces las féminas habían comenzado a tener personería civil entre nosotros con la reforma Constitucional de 1945 que las hizo ciudadanas y les permitió ejercer cargos públicos que llevaran anejos jurisdicción o mando y con la  ley de Régimen Patrimonial en el Matrimonio, aun cuando seguían teniendo restricciones en la función del sufragio y en la capacidad para ser elegidas popularmente.    

A diferencia de otros países en los cuales la mujer libró arduas luchas por su reconocimiento político como en Inglaterra donde las sufragistas le dieron aires de epopeya a sus vocingleras demandas armadas de paraguas en Hyde Park, en Colombia la Constitución y la ley terminaron por dotarlas de plenos derechos y garantías políticas arrasando con los viejos prejuicios que lo habían impedido alcanzarlos sin mayores traumatismos.

 Y es que la mujer no podía seguir siendo tratada como el hueso supernumerario del relato bíblico del que nos habló Bossuet y mantenerse al margen de las cosas públicas, en tanto en cuanto adquiría preeminencia en la ciencia y la literatura, colmaba las universidades, los bufetes profesionales, las fábricas, los hospitales, los campos deportivos o la banca y competía con el hombre en todos los ámbitos intelectuales y económicos, aventajándolo en veces por su orden, perseverancia y minuciosa diligencia.

Como se puede confirmar con una simple mirada a una mujer cabeza de familia, o a una empleada de taller o mostrador y darse cuenta cuanta acierto  viene aportando en Colombia al rescate de la esperanza.  

O como también se puede ver en el Congreso, en donde la equipotencialidad de los sexos en mucho ha contribuido al mantenimiento del equilibrio y la ponderación que demanda ésta democrática  institución. 

No es necesario entrar a evocar el mito de las amazonas, o la próspera era de las reinas egipcias, o los ciclos históricos, bien victorianos como isabelinos, para reconocer el acierto de llevar a nuestras mujeres a los más encumbrados sitiales del poder público, lo cual constituye el remate o ápice del movimiento ascensional femenino.

Y con satisfacción advierto que de esta forma piensan quienes eligen a miembros del sexo femenino para las más altas dignidades del poder público, como está ocurriendo hoy en la primera potencia mundial con Kamala Harris.

 

Manuel José Álvarez Didyme

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