Bandazos gubernamentales

La crisis que abrió el fallo del Tribunal de Justicia de La Haya tiene descolocado al Gobierno. Tras dos semanas escasas lo único que tenemos claro es que ni Holguín ni Santos tienen en claro nada.

 Lo poco que han hecho es emitir declaraciones ambiguas (e inclusive contradictorias), que giran en torno a acatar o no el fallo y luego a su aplicabilidad. La decisión más importante es el retiro del Pacto de Bogotá, algo que como todo el mundo sabe, sólo opera hacia al futuro.

La ministra Holguín está agotada y debería renunciar. No porque tenga responsabilidad con lo ocurrido, sino porque, como lo dice Laura Gil en su columna pasada en El Tiempo (Mitología Nacional) tanta improvisación no ha hecho más que ahondar la crisis. Holguín está improvisando, y lo que es peor, de alguna manera diciéndonos mentiras puesto que ninguna de las decisiones tomadas va a solucionar nada. Pareciera que busca sólo gestionar el dolor de patria que sentimos todos los colombianos, pero sus recetas lo único que están consiguiendo es aumentarlo. Tenía un magnífico concepto sobre la ministro pero (me da cierta pena decirlo) está paralizada. No sabe qué hacer, quedó en evidencia que carecía de plan b. Está petrificada.


Hay que hacer una ‘mea culpa’ nacional. Los colombianos somos dados a subestimar a los vecinos, nos creemos de mejor familia. Más inteligentes y listos, y no hay tal. Veamos. Nicaragua, ese “paisito centroamericano” que algunos llaman, viene con sus pretensiones reivindicativas desde hace varias décadas, ha tenido política de Estado, algo que Bogotá no sabe qué es. Si lo supiera, el Gobierno habría convocado ya a todas las fuerzas políticas, incluida a la oposición. Un episodio como este debe suscitar una unidad nacional total, no la unidad burocrática sino a todas las fuerzas políticas, económicas y culturales del país, pues las decisiones que tome van a trascender a Santos, y por ello requieren sostenibilidad. Con Venezuela sucede otro tanto. Se ha subestimado tanto a Chávez como a su gobierno, y resulta que a la hora de nonas este vecino pareciera tener más audiencia en el Caribe que nosotros, gracias a su alianza bajo el paraguas del Alba, en la cual juegan un papel clave Cuba y Nicaragua.


El fallo de La Haya tiene efectos políticos que trascienden el plano bilateral. De alguna manera es oxigeno para el triangulo que conforman Caracas, La Habana y Managua. Reposiciona la política latinoamericana en el Caribe, en un momento en que México ha logrado recuperar terreno frente a Brasil, cuya emergencia como potencial mundial hizo que el centro de gravedad de la política latinoamericana se desplazara hacia Suramérica. Chávez ha logrado jugar (como protagonista central) en las dos áreas, en el centro y en el sur, y nosotros ni el sur ni el centro. Nadie sabe si el repentino viaje de Chávez a La Habana es en realidad por razones de salud o para analizar la situación con los Castro. Habrá que esperar. Y volviendo a Nicaragua, duele que la iniciativa de un posible encuentro de los presidentes Ortega y Santos (en México) haya salido de ellos cuando somos nosotros los que más interés deberíamos tener en hablar y pactar. Fue mucho más ágil el presidente ‘nica’, aunque duela reconocerlo.


El retiro del Pacto de Bogotá rompe una tradición y sienta un pésimo precedente, el de que cuando a uno no le gusta la decisión, lo que tiene que hacer es desacatarla y desconocer al juez. ¿Nos reiteraremos también de la Corte Interamericana de Derechos Humanos y del Tratado de Roma (Corte Penal Internacional)? La CIDH acaba de decir que los falsos positivos fueron política de Estado, y la CPI podría constituirse en un obstáculo para una negociación con las guerrillas. Hay que tener mucho cuidado con los bandazos. El populismo es un pésimo consejero.



Credito
GUILLERMO PÉREZ FLÓREZ

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