El científico tolimense Manuel Elkin Patarroyo desde hace varios años ha sido objeto de una poderosa campaña de acoso y derribo. En realidad, más que eso es un plan para doblegarlo y hacer que renuncie a sus investigaciones. No es algo nuevo: viene de años, más de 30, si se quiere.
El más reciente capítulo es el que lo asocia a traficante de micos y maltratador animal en el Amazonas, y que le ha valido incluso amenazas de muerte. Pero esta falaz acusación debe verse en un contexto amplio. Detrás de la bella causa que enarbolan Ángela Maldonado y la fundación Entropika, que trabajan por defender a los micos, existen propósitos innobles, hacer que las investigaciones de Patarroyo pierdan credibilidad y fracasen. En realidad, como denuncia el propio Patarroyo en una entrevista en Semana (4/11/2007), existe un fabuloso negocio de varios cientos de millones de dólares, en el que tienen interés poderosas farmacéuticas. Si Patarroyo hubiese negociado con una de estas influyentes empresas en lugar de cederle los derechos de la Vacuna Colombia a la burocrática y paquidérmica OMS, no solo estaría multimillonario, sino que viviría en Europa o Norteamérica protegido de cualquier ataque mediático. Ese es el fondo real del problema.
Patarroyo, para bien de la humanidad y para mal de las farmacéuticas, escogió hacer ciencia en lugar de negocios. Y a partir de esa decisión ha vivido todo un calvario, que solo pueden resistir aquellas personas que saben perfectamente lo que hacen y lo que ello significa para millones de personas. Lo más triste de todo es la soledad en la que ha tenido que trabajar. El apoyo del Gobierno colombiano brilla por su ausencia. La mano se la han brindado España, la Universidad del Rosario y la Udca. La soledad de Patarroyo es igual o mayor que la del ministro de Salud, Alejandro Gaviria, en su lucha para evitar que Novartis impusiera en Colombia el precio del medicamento Glivec, eficaz para reducir la mortalidad de la leucemia, lo que constituye, de paso sea dicho, un claro abuso del derecho.
Colombia debería ser más, mucho más, solidaria con Patarroyo. Y el Tolima también. Es una de las pocas glorias que tenemos. Las nuevas generaciones necesitan referentes que estimulen la ciencia, la investigación y el altruismo, no la adoración del becerro de oro que solo conduce a abismos morales, como hemos podido comprobar en nuestro departamento. La obsesión de Patarroyo no es con la cantidad de dígitos de su cuenta bancaria, sino con los millones de personas que sus vacunas pueden llegar a salvar. Dice nuestro científico que existen 517 enfermedades infecciosas, pero solo 13 vacunas. En casos de malaria baste con recordar que cada año hay más de 515 millones. Patarroyo tiene entonces 515 millones de razones para seguir luchando. Acompañémosle, aunque apenas sea en el terreno moral. No permitamos que horaden un prestigio internacional labrado a base de esfuerzo, constancia y fe, por el ansia de tener unos millones de dólares más. Creo en Patarroyo.
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