Durante la semana pasada los católicos hemos preparado tu llegada espiritual a nuestros hogares y en especial a nuestros corazones,
hemos rezado, esperando recibir de tu parte obsequios para nuestra vida, y a cambio, te hemos ofrecido reflexionar sobre nuestro comportamiento en sociedad e inclusive cambiar aquellos comportamientos que no contribuyen con la sana vida en comunidad.
Hoy, 24 de diciembre, después de haber rezado la novena de aguinaldos, de haber agradecido a Dios y de haberle ofrecido de parte nuestra entre otras virtudes, la de humildad, me atrevo pedirte el regalo de las virtudes de dignidad y confianza para mí y para nuestra sociedad.
Déjame decirte lo que pienso de estas tres virtudes: Humildad entendida como el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades y en obrar de acuerdo con este conocimiento; dignidad entendida como la cualidad de las personas en la manera decorosa de comportarse, y confianza entendida como la esperanza firme que se tiene de alguien o algo.
Me atrevo a hacerte esta aclaración porque hoy se han confundido el significado real de estas virtudes.
La sociedad en medio de su orgullo cree que la humildad es sinónimo de sumisión y nadie se atreve a reconocer sus limitaciones por temor a ser humillado.
En una sociedad conformada por individuos que desean emerger socialmente, reconocer estos sus debilidades pareciera no entenderse como el camino más adecuado para alcanzar dicha meta. Ni que hablar de reconocer los errores que se puedan cometer; los padres no reconocemos nuestros errores ante nuestros hijos, tampoco los profesores ante sus alumnos y mucho menos los gobernantes ante sus electores, por citar solo tres ejemplos.
Infortunadamente, hoy la dignidad ha perdido su carácter humano y se ha reducido a ser sinónimo del lujo material, hoy se cree que la dignidad se ostenta gracias a un decreto y no por el comportamiento decoroso y honesto de las personas.
Hoy la sociedad prefiere darle valor a lo material dejando de lado lo espiritual, prefiere darle mayor valor a los estereotipos que a lo estético. Este comportamiento nos ha llevado a perder de vista la gran riqueza cultural y natural que tenemos.
Y, aunque es triste decirlo, hay que afirmar que somos una sociedad que desconfía de todo. Desconfiamos de nuestros gobernantes, desconfiamos de nuestros vecinos, desconfiamos de todo aquello que plantee un cambio.
Infortunadamente existen muchos comportamientos individuales de personalidades que inducen a la mayoría de la sociedad a esta conducta. Lo triste de esto es que somos una sociedad que por no confiar perdemos oportunidades y opciones de cambio. Nos hemos conformado con lo malo conocido y nos asustan las proposiciones novedosas.
Querido niño Jesús, son estas reflexiones las que me llevan a pedirte en esta Navidad que nuestras oraciones colectivas nos permitan ser una mejor sociedad, una sociedad conformada por individuos humildes, dignos y confiados.
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