Resulta tentador escribir sobre el tema de las relaciones humanas cuando el mundo ha cambiado radicalmente y muchos ni siquiera se han dado cuenta. O, mejor, sí se han dado cuenta y se desordenan mientras muchos otros viven, como acontece en todas las épocas, empotrados en el pasado y utilizando una carpeta de archivos mentales que ya no tiene ninguna vigencia.
Quizá por este desconocimiento, o por la vertiginosidad con que acontece la vida en la actualidad, se despotrica contra la conducta de la juventud, sobre la inestabilidad de las parejas, sobre la convivencia que cada vez se torna más efímera y dramática, en términos sociales del pasado, sobre la educación en crisis, sobre la necesidad de consumir por encima de la necesidad de vivir, sobre la falta de valores… En fin.
Eso lo ve uno sin mayores esfuerzos en la cotidianidad, aunque hay pensadores que han logrado penetrar en el abigarrado mundo de los “por qué” para explicarnos de manera lúcida los fenómenos sociales actuales y los cambios en la forma como nos interrelacionamos con nuestros contemporáneos.
Para todo ese desequilibrio anunciado hay quién lo analice y lo explique. Mi hermano René, sociólogo, preocupado por estos temas, me acercó al sociólogo, filósofo y ensayista Zigmunt Bauman, conocido por acuñar los términos “la modernidad líquida”, cuyo desarrollo encontramos en sus más notables ensayos “La sociedad sitiada”, “Amor líquido”, “Arte, ¿líquido?”, “Miedo líquido: la sociedad contemporánea y sus temores”.
Para resumir el significado de lo líquido en la terminología científica de Bauman, lo líquido es aquello que es efímero, que pasa, que no tiene asidero, que se convierte en obsoleto con mucha rapidez, incluso las relaciones humanas, en contraposición con la sociedad sólida, que tiene arraigo y permanencia, sustenta la sociedad y le da continuidad en el tiempo.
El conflicto se da porque nosotros venimos de una sociedad sólida y nos aterra la obsolescencia actual de la sociedad, en apariencia carente de sentido.
Ingresar a este “nuevo mundo”, de “relaciones de bolsillo” o relaciones desechables porque las personas ya no quieren responsabilidades ni amores eternos ni amarres permanentes, es conflictivo para los psicorrígidos pasajeros del siglo XX.
Los paradigmas han cambiado bajo el techo de la globalización y el consumismo. El futuro, que es impredecible, no existe, por su misma condición de incertidumbre. El pasado es múltiple, oceánico, y cada cual maneja el suyo y lo conserva, luego es descartable e impertinente.
El efecto es el impacto en el cambio de las relaciones humanas, sean estas amorosas, sexuales o de amistad. Como todo se compra y se vende, las relaciones ya no son el goce de conocer sino el usufructo de una transacción comercial.
Vaya siglo XXI. Hay que leer a Bauman.
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