De los Andes a la eternidad

A principios de los años cincuenta del pasado siglo, llegó a Colombia un peruano de 24 años, pintor de grandes ambiciones, y se radicó en la fría capital.

Había saltado los Andes del Perú para desempolvar su equipaje de sueños en los Andes Colombianos, quizás en la sabana más significativa de la cordillera central, la sabana de Bogotá, con sus sauces llorones, su frío, sus madrugadas de lluvia y su desorden proverbial.

También fue, con los años, profesor de la Universidad de los Andes, qué curiosidad. Había nacido en Pomabamba (Perú) en 1926.

Ese pintor era Armando Villegas, considerado como una de las figuras más representativas de la plástica contemporánea latinoamericana, fallecido en Bogotá en diciembre de 2013.

Arribó al país en un momento en que el arte colombiano intentaba sacudirse del academicismo y el indigenismo, que invadía el ambiente cultural, por influencia del muralismo mexicano.

Y él impuso su voz y su tendencia al lado de Marco Ospina, Alejandro Obregón, venido de España, y Enrique Grau, proveniente de Panamá, acompañados por artistas que comenzaban a ser parte del grupo de choque que Marta Traba utilizó para imponer los conceptos modernos del arte y remozar el espíritu provinciano y bucólico de los colombianos.

Entre ellos se contaban Eduardo Ramírez Villamizar, Fernando Botero, Edgar Negret y Guillermo Wiedemann.

Ya en la década de los años sesenta, cuando llegué también a Bogotá, lo conocí como participantes de muchas exposiciones colectivas con obras de un abstraccionismo cargado de texturas luminosas.

Posteriormente el maestro Villegas hizo un rápido transcurso por el cubismo, ese que a la manera de Braque superponía bloques visuales y líneas vigorosas, presentadas con colores de la tierra que imponían el rigor de la naturaleza.

Por la década de los años setenta comienzan a poblar sus lienzos sus primeros guerreros, más incas que chibchas, una raza imaginada que se adornaba de penachos de plumas de pájaros fantásticos, yelmos amarillos que protegían rostros impenetrables o de sonrisa irónica, fondos de brillantes colores que asemejaban tumbas prehispánicas, cuerpos parecidos a muros de piedra, en fin, un universo capaz de emocionar y sobrecoger al observador más dogmático e insensible. Fue el período de su obra que algunos críticos denominaron “realismo fantástico”.

Durante sus últimos años trabajó en esculturas elaboradas con material desechable y con ellas pareciera haber cerrado el ciclo en que la creación no puede ser ajena a la naturaleza de la cual somos sus herederos.

De los Andes peruanos y colombianos voló a la eternidad. La muerte del maestro Villegas cierra una época brillante y significativa del arte colombiano.

Sin embargo, sus obras viven porque confirman el mito de lo permanente y extinguen con su contundencia el asomo del impertinente olvido.

Credito
BENHUR SÁNCHEZ SUÁREZ

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