Hasta ahora no he podido entender las razones por las que la fuerza pública hace tres cosas que, a mi juicio, debieran ser distintas.
La primera tiene que ver con el anuncio de las operaciones que van a ejecutarse para combatir la delincuencia, tanto en los sectores urbanos del país como en los rurales.
No entiendo por qué explican con lujo de detalles el lugar, la hora y la cantidad de personas que intervendrán en el operativo. Y lo hacen por todos los medios de comunicación.
No sé si será porque así lo exigen las normas o la ley, lo cierto es que los delincuentes simplemente cambian de sitio hasta que pase la marea y no ha sucedido nada. Algunas capturas, incautación de armas y ya. Y los bandidos vuelven a sus andanzas.
El sistema utilizado pareciera más un aviso que una voluntad cierta de atacar el problema delincuencial del país. ¿Una operación en secreto no sería más efectiva?
La segunda tiene que ver con los resultados de esas operaciones, que son mostrados quizá con mayor espectacularidad que su anuncio y puesta en ejecución.
A veces me da la impresión de ver en los periódicos y en la pantalla las mismas armas, los mismos paquetes de alucinógenos, los mismos bultos de billetes incautados, puesto el conjunto simétricamente ordenado como para un performance.
Por supuesto que no es así, es simplemente que puede parecernos inverosímil tanto éxito cuando cada día hay más delincuencia, métodos más sofisticados para intervenir a los ciudadanos, más sevicia y más descaro. ¿Más hambre? ¿Más desocupación? ¿Más familias desplazadas? ¿Más miseria?
La tercera se refiere a la destrucción del material incautado. Poco conozco de leyes, pero puede pensarse que algunas de esas incautaciones pueden servir para mejorar la vida de las comunidades, por ejemplo la maquinaria o los vehículos o el dinero, cuyo destino se pierde en los inalcanzables designios de la ley.
Son un orgullo los avances de la fuerza pública, pero, a mi modo de ver, no es ampliando el número de efectivos como se lograrátener éxito. A este ritmo habría que tener media población armada para actuar en defensa de los ciudadanos desarmados y contra los otros, que también viven armados, aunque por debajo de cuerda. Así se lograría el país de locos que algunos ambicionan.
Locos sueltos por los montes y las calles. Y armados.
A riesgo de caer en la repetición simplona de soluciones a la vista, creo firmemente que la respuesta está en la educación. En educar para la vida y para la convivencia, no para la competencia, que casi siempre se torna desleal, ni para la desigualdad, la discriminación, la intolerancia, la venganza y el rencor.
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