Mariela Zuluaga ama a los Nukak. No en vano ha viajado con periodicidad a San José del Guaviare en su tesonera labor de ofrecer talleres de creación literaria a grupos ávidos de expresar sus propias historias.
Así empezó a fortalecer su admiración por ellos. El resultado más reciente ha sido un hermoso libro, “Gente que camina”, que ojalá lean muchos colombianos.
Y no es un trabajo científico, es una novela, que no por ser ficción deja de ser científica en la medida en que es dominio del conocimiento para llegar a la creación literaria. Hermoso como objeto, como edición, y hermoso por su texto.
Esa afinidad podría definirse desde sus ancestros pues Mariela es villavicense y esa herencia la emparenta con el infinito mar verde, que se prolonga por los Llanos Orientales y la Amazonía, y la gente que lo habita.
Así que ha recorrido ese territorio con su selva y fauna, conoce San José y ha estado cerca de los Nuka Makú que han perdido paulatinamente su hábitat donde se desarrollaban en su condición de nómadas.
La que muchos llaman civilización ha sido el arrasamiento de las culturas nativas a manos de la ambición de colonos, guerrilleros, narcotraficantes y soldados, esas plagas que han hecho de Colombia un país ambiguo e impredecible.
Mariela ha volcado ese conocimiento y ese sentimiento en su hermosa novela “Gente que camina”. Ya no caminan tanto, como lo dice en algún aparte de la obra, porque el infinito mundo de su selva ha sido reducido a un resguardo. Pero caminan.
Contrario a lo que puede pensarse Mariela no hace apología del sometimiento de los Nukak a una cultura exótica (para ellos), ni cómo han tenido que salir de sus territorios primarios impulsados por la ambición y la iniquidad del “blanco” depredador.
Mariela procede a la inversa, nos cuenta en su narración el retorno de “Jeenbúdá” a sus territorios ancestrales, después de haber sido desarraigado por una joven rubia extranjera “que se enamoró de su figura elástica” y se lo llevó para su selva de cemento.
En un impulso de humanidad la Mona decide dejar que “Jeenbúdá” retorne a la selva antes que la melancolía y el desarraigo acaben con él.
Así como arrancarlo de la selva fue un acto de amor, también dejarlo que emprenda el regreso es otro acto de amor, logrado con destreza narrativa por Mariela.
Quizá por ello la novela está escrita con un lenguaje poético, que no se duele del sufrimiento, sino que enaltece tanto la lucha interior como el enfrentamiento a la realidad del protagonista.
Mariela Zuluaga ha publicado poesía, novelas para niños y ensayos literarios. Con esta novela alcanza un sitial sobresaliente en el desarrollo de nuestra literatura.
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