Vuelve el optimismo en los gritos chovinistas de los hinchas, en el flamear de las banderas por entre las ventanillas de los autos y en el desfile interminable de las motos celebrando la clasificación y endiosando a las nuevas figuras que nos han puesto a soñar.
El fútbol es una pasión, por eso repetimos las estadísticas que hablan bien del equipo del alma, las que dicen por ejemplo que ha sido el mejor de la última década, sumadas todas las finales que ha jugado.
No queremos escuchar las voces agoreras que nos pronostican de nuevo otro fracaso en el momento crucial.
Ahora estamos convencidos que desde ya se está zurciendo la segunda estrella que nos ha sido esquiva y que, pese a las trapisondas del negocio futbolero, vamos a tener en el solsticio de verano otra luz alumbrando el firmamento tolimense.
El brasileño Vinicius de Moraes afirmaba: “Me siento dos veces poeta: porque escribo versos y me gusta el fútbol”, y es que a veces uno siente que la filigrana que teje la esfera empujada por el toque sutil de un guayo, es igual a los trazos multicolores que moldean el cuadro con el impulso certero de la mano del pintor o la metáfora precisa construida en el teclado de un tejedor de versos.
Ese espectáculo que ahora algunos no vemos en directo, porque nos resistimos a pagarle peaje a una multinacional, tiene el efecto placebo sobre la percepción de la realidad inmediata.
Tal vez sea ese el sedante que nos anestesie para no pensar en la barbarie cotidiana y consumimos en cambio, por la fuerza irreductible de los hechos, en pregoneros de la efímera gloria del sudor y la fortaleza, la misma que a veces logra escribir gestas memorables sobre la epidermis de la memoria colectiva.
Pronto ha de iniciarse la batalla final. La suerte está echada y exorcizados los temores.
Ahora solo nos queda apoyar decididamente al equipo que es el símbolo de nuestras contradicciones y precariedades, pero también de las posibilidades que se abren cuando la disciplina y el tesón guían las acciones.
Es hora de ocupar todos los espacios en las graderías del estadio y hermanarnos en los gritos que enchufan optimismo. Se trata de pagarle al Deportes Tolima la deuda por las repetidas ausencias y también por esa incredulidad en el proceso Bernal.
Por eso, esta otra ilusión puede servirnos de punto de partida para reencontrarnos con un propósito necesario: creer en lo nuestro.
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