El valor de lo público

Los espacios públicos son concebidos como lugares para el uso y goce de todos los ciudadanos.

Comprenden los parques, las plazas, las plazoletas, las calles, los separadores, los museos, las bibliotecas. Son sitios emblemáticos y motivo de orgullo para una ciudad.

En estos espacios transcurre la vida colectiva y allí se practican deportes, actividades recreativas, de ocio o culturales, y se intercambian saberes, conocimientos, experiencias. Son espacios para la tolerancia, la integración, la interacción, el respeto por la diferencia y expresan la diversidad cultural y social de un territorio. En ellos, los niños y jóvenes aprenden a vivir en sociedad. Además, son escenarios ideales para exaltar la historia, los personajes, la cultura y las artes que identifican y representan a una comunidad; de manera que en los espacios públicos se ubican monumentos, murales, esculturas y otras expresiones artísticas que tienen un profundo sentido para los habitantes.

La responsabilidad del cuidado de los espacios públicos es compartida por los gobernantes, que deben estar pendientes de su mantenimiento, asearlos y administrarlos en forma eficiente, y los ciudadanos a quienes corresponde darles un buen uso, respetarlos, apropiarse de ellos y no destruirlos ni llenarlos de basura.

El valor de lo público no es apreciado por muchos ciudadanos y por las mismas entidades gubernamentales, que consideran que como no tiene dueño, puede ser deteriorado, dañado o simplemente abandonado. Así, podemos ver como en Ibagué los monumentos, los murales, los parques, los paraderos, las calles y los separadores son vandalizados o usados como basureros, mientras que la administración local muy poca importancia les da; de modo que están llenos de basura y abandonados (verbigracia, parque Centenario, Concha Acústica, los parques de los barrios, los monumentos deteriorados o la casona de Jorge Isaacs a punto de desplomarse).

El tema recobró importancia en los últimos días, porque en los bajos del puente del Éxito, un grupo de jóvenes pintó murales sobre dos que ya existían, y que representaban la tradición musical y folclórica de la ciudad. Más allá de los motivos de esta manifestación de protesta, está el irrespeto por las obras ajenas, su representatividad y su valor para los demás ciudadanos, algo que no tuvieron en cuenta los grafiteros. Algo similar sucede cuando se arrasa con una casa patrimonial, un parque, una reserva natural o un lugar que tiene significado para la comunidad, en nombre del progreso y el desarrollo urbano. Debemos aprender que lo público es de todos y para todos.

El Nuevo Día

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