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En el Tolima no es posible que surja una elevada concepción del desarrollo, necesariamente antropocéntrica, basada en sus valores identitarios e ideada para su contexto territorial, 24 mil k2, mientras la medida o rasero de excelencia en la gestión pública sea la mera ejecución del presupuesto, hoy criterio dominante. Gastar o invertir dineros del erario es, sin duda, la más elemental de las funciones generales que deben desempeñar los entes públicos y que, fraccionadas en funciones específicas, deberían ser asumidas por los distintos despachos de la gobernación y las alcaldías y no de mandatarios que, junto a asesores y equipos de trabajo idóneos, deben dedicar su tiempo en gestar grandes líneas estratégicas para transformar la realidad, en forjar la cohesión social y en la búsqueda de acuerdos sinérgicos y cooperación nacional y global para implementar y ejecutar ese consensuado acervo estratégico.
La elevada concepción del desarrollo tampoco surgirá de entes gremiales cuyas tesis orbitan sobre la inversión externa y no la inclusión económica de los tolimenses y, por ello, exhiben, como pretenciosos resultados, todo emprendimiento o iniciativa foránea y no el inequívoco y decidido espíritu emprendedor tolimense o endógeno. Parece que el cimero concepto del desarrollo tolimense tampoco provendrá de ninguna alma mater porque, pese a que suelen arrogarse tan grande propósito en su visión y misión, en el Tolima no existe academia crítica o dialéctica que realmente fragüe sabiduría y maestría social, económica, científica y política para hacer del Tolima un ejemplo de colectividad progresista y apenas se empeñan, además de abstracciones teóricas no concordantes con el progreso regional, humanista e incluyente, en la loable tarea de cualificar fuerza de trabajo, irónicamente, en buena parte, para agentes económicos que no generan progreso al Tolima y, a veces, son causa de su creciente atraso.
Si bien el gobierno nacional genera oportunidades macroeconómicas y transferencias con destinos específicos, la innegable verdad es que la responsabilidad del progreso tolimense es de los tolimenses y, así visto, nuestro progreso tampoco surgirá del gobierno central. Para avanzar hacia la salida del intrincado laberinto que está atravesando el Tolima, diría que bien por el asfalto, la pintura de la escuela o la escuela completa y más, llamémoslas pequeñeces en el extenso y complejo proceso del desarrollo que los gestores públicos no logran concebir. Si no es inercia y sí es efecto de la gestión de nuestros líderes gremiales, bien por un nuevo centro comercial o cualquier inversión que, con ligereza, califican como factor de desarrollo, porque aún no hemos construido el imaginario y la definición consensuada del desarrollo.
Bien por la formación académica de empleados eficientes y cuyas destrezas, siendo valiosas y necesarias, realmente no corresponden a la formación de liderazgos requeridos para forjar desarrollo. Bien por las transferencias nacionales, si estas no se usan para “sacar pecho” con mérito ajeno, no son botín para cleptómanos o no se extravían en la maraña burocrática y si coadyuvan a apalancar el progreso o atender afugias de los más vulnerables. Continua…
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