El campesino

Héctor Manuel Galeano Arbeláez

Olvidado e ignorado por el gobierno y periódicamente golpeado por el clima que le destruye sus cultivos por el invierno, inundaciones, heladas o altas temperaturas.
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El campesino es quien más ha sido víctima de la violencia, de la carencia de vías de comunicación, de la falta de atención en salud, sin educación por falta de instituciones, o cuando existen ubicadas a gran distancia y mal dotadas. Sus justas protestas son ignoradas, reprimidas o embolatadas con promesas que jamás se cumplen.

Muchos recordamos las peroratas por televisión del presidente Santos con el cuento que el paro agrario nacional no existía, siendo como todos lo vimos, un evento nacional y multitudinario. Hay que recordar la minga reciente, con la enorme resonancia internacional, que movilizó a la mayoría de las comunidades indígenas que sobreviven en este país. Fue emocionante ver cómo recorrieron parte del territorio colombiano hasta llegar a Bogotá, en completo orden, dándonos ejemplo de solidaridad y de organización a tal punto que no hubo necesidad de ningún acto de represión por parte de las autoridades. Sin embargo, el asesinato de sus líderes no cesa. Es como si existiera un plan para acabar con los últimos eslabones de nuestro pasado que no lograron extinguir los conquistadores.

El campesino trabaja sin descanso para producir los alimentos que a diario surten las plazas, las tiendas y los supermercados. Su trabajo es vital para nuestra supervivencia, tal como ha quedado demostrado a lo largo de esta pandemia. Pero su voz no la escuchan los dueños del poder. Y a pesar de las promesas de restitución, siguen siendo víctimas del despojo violento de sus tierras y del desplazamiento forzado.

El campesino colombiano, desde que tengo memoria ha sido ignorado, abandonado, despreciado y sin derechos, aunque la Constitución diga que todos somos iguales. Él igual sigue labrando la tierra, para aportarle al desarrollo del país y conseguir la paz que todos anhelamos.

Su aporte a la cultura es poco valorado. Su música, sus danzas tradicionales, sus artesanías, sus viandas y sus mitos y leyendas merecen mayor atención y promoción. Nadie como él defiende la naturaleza y el paisaje, las aves, que hoy constituyen uno de los mayores atractivos para los turistas, al igual que las fiestas campesinas y las alegres paradas en sus fondas. Nadie tan hospitalario como el campesino. Ellos merecen ser valorados y apreciados como lo que son: unos colombianos ejemplares.

Ñapa: “No más campos desolados, no más hambre ni opresión de gobernantes malvados, nuestra arma es un azadón. Por tanta aberración, estamos embejucados”. Indignados. Rafael Humberto Lizarazo.

HÉCTOR MANUEL GALEANO ARBELÁEZ

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