Detroit (Michigan) fue la cuna de los tres grandes fabricantes de carros norteamericanos: Ford, General Motors y Chrysler. Durante los años 50 del siglo pasado llegó a tener dos millones de habitantes y a ser una de las cinco ciudades más importantes de EE.UU. Actualmente, apenas llega a 700 mil habitantes y registra los peores indicadores en desempleo, pobreza, criminalidad y analfabetismo. El municipio, además, está literalmente quebrado, es casi una ciudad fantasma. Torres de apartamentos abandonados. Las fábricas se cerraron.
Su caso es emblemático en EE.UU y el mundo, pero no el único. Son muchas las ciudades norteamericanas y europeas que hoy son meros cascarones, en las que predominan el desempleo y la criminalidad. Ellas favorecen el auge político de figuras como Trump, o Marine Le Pen en Francia, adalides de la internacional populista conservadora. Nicolás Sarkozy prometía a los franceses hacer una “Francia Fuerte”. Algo similar a la consigna de Trump: “Make great America again.” La realidad es que el tiro de la globalización salió por la culata a muchos países del llamado primer mundo y no saben cómo gestionar los efectos negativos de ésta, en su patio.
Los populistas creen que la solución está en enrocarse en su propia parcela. Construir muros, ya sean físicos, legales o emocionales, anclados en el racismo y la xenofobia, las dos grandes patologías del nacionalismo. Un intento peregrino de devolver las agujas del reloj. Saben que no podrán conseguirlo, pero agitan banderas nacionalistas y xenófobas que les permiten ganar elecciones. Lo cierto y real es que el estado - nación, a la luz del actual desarrollo tecnológico, económico y social, es un anacronismo. El mundo se achica todos los días, la globalización es irreversible. Europa lo entendió y se aventuró a proponer un nuevo modelo con la Unión Europea, la propuesta civilizadora más importante de todos los tiempos, la cual está amenazada. La salida del Reino Unido es un campanazo, como en su momento lo fueron en 2005 el rechazo francés y holandés a la constitución europea, los que nadie quiso escuchar.
Trump encarna un desafío para América Latina. Destruirá las aproximaciones construidas por Barack Obama mediante la normalización de las relaciones con Cuba, el apoyo a la paz en Colombia y la distensión con Venezuela. La construcción del muro, que producirá un distanciamiento de Washington con la región, es una afrenta inaceptable aunque devolverá a México a América Latina, lo cual no es una mala noticia. Trump hace la paradoja de inaugurar una nueva era vieja.
¿Qué hará América Latina? Esta atraviesa un mal momento, pues desaprovechó el cuarto de hora de los precios altos de las materias primas. La bandera de la unidad latinoamericana está expósita. Se requiere de una nueva oleada de hombres y mujeres que unan el continente desde el Sur del Río Grande hasta la Patagonia, con propuestas que vayan más allá de la retórica o la utopía, sin apelar al populismo, como Trump, que no devolverá a Detroit el esplendor del siglo pasado, para hacer grande a América otra vez. Eso es un espejismo.
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