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Los reyes, esos que creen que sus decisiones son órdenes inapelables, han gobernado como si el pueblo existiera solo para trabajar y pagar impuestos, y que creen merecer. Y los magos, con sus trucos baratos, siguen prometiendo milagros que nunca llegan, usando discursos vacíos para ocultar su falta de compromiso real.
Pero la democracia no es un circo, ni un trono. Es una construcción colectiva que exige responsabilidad, acción y, sobre todo, participación. Por eso resulta ilógico que en pleno siglo XXI, con una democracia que se apellida participativa y pluralista, en ciertos rincones del poder persiste una mentalidad feudal.
El reto ahora en la región es claro: desterrar las viejas prácticas que nos han dejado más desilusionados que esperanzados. Aquí es donde los empresarios, más que nunca, tienen un papel crucial. Su experiencia en resolver problemas, innovar y gestionar recursos puede ser un motor para transformar lo público. En una democracia madura, no basta con criticar desde las gradas: hay que estar en el campo, debatiendo, proponiendo y ejecutando soluciones reales.
Esta nueva etapa no solo necesita líderes que escuchen, sino ciudadanos y empresarios que hablen y actúen. La democracia no es para que unos pocos manden y el resto obedezca. Es un ejercicio vivo de participación, donde los recursos y el trabajo del pueblo deben traducirse en bienestar, no en privilegios para unos cuantos. Los empresarios pueden ser los aliados estratégicos que impulsen políticas más eficientes y transparentes, trabajando mano a mano con el gobierno y la sociedad civil.
Lo que no necesitamos son más coronas ni ilusiones ópticas. Necesitamos líderes comprometidos, ideas claras y una ciudadanía activa. Si queremos que la democracia funcione, todos debemos ser parte de la solución. Dejemos atrás a los reyes y magos que nos han fallado, y construyamos juntos un modelo de gobierno donde el verdadero poder esté en manos del pueblo. Esa es la democracia que nos merecemos en el Tolima.
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