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En el Tolima hoy ocurre que la confusión mental lleva a la sandez de prometer desarrollo sin indicar cuál es la hoja de ruta y quiénes responden por su construcción y, para disimular este dislate sin delatar la codicia que realmente motiva al pseudo líder, quienes titiritean el poder regional agravian al gobierno del cambio y alegan que el Tolima no está en su radar (¿alguna vez estuvo?). Esto ocurre porque se ignora el axiomático concepto de “país de regiones” que obliga el tácito deber de lograr la autonomía regional mediante una hoja de ruta pertinente, fuerza moral y peso político para lograr leyes y apoyos del centro a la descentralización, fines imposibles de alcanzar con corruptelas, ineptitud e insolvencia mental.
El título de este texto surge de un diálogo donde el suscrito opinaba que con el gobierno del cambio el país iba bien y alguno de los amables contertulios, sin ser plutócrata, terrateniente ni politiquero y sufriendo, directa o indirectamente, las afugias que casi todos sufrimos, con loable respeto (cosa inusual en el debate político) alegaba que el país iba mal por efecto de las reformas en curso. No fue diálogo fácil, y claro, no produjo acuerdo, pues ninguno dio su brazo a torcer, en mi caso porque mi postura se fundaba la convicción sobre la necesidad de un gran cambio en el país, por no decir revolución, mientras que la opinión de mi contertulio pregonaba la apologética narrativa mediática afín al sistema imperante.
Como evidentemente no hablábamos del mismo país solo atine a alegar que el concepto de país es totalidad que, en Colombia, engloba diversidad étnica, talento, profusión de riquezas naturales, biodiversidad, ubicación estratégica, orografía fértil; inmenso patrimonio común que podemos desglosar en infinidad de recursos reales que históricamente, como en la edad media, son usados por terratenientes, plutócratas y politiqueros que creyéndolos propiedad privada, sagrados privilegios o cotos de caza, convirtieron a Colombia en el país más desigual del mundo, en campo de violencias, salvajismos, abandono de regiones, feudos electorales y, por ello, una patria de desplazados, emigrantes, desempleados, marginados y pobres.
Amplié mi réplica al gentil antagonista diciendo que el país que él defendía no es el nuestro, ni el suyo, pues el país que soñamos y merecemos todos, y que ya comienza a emerger con el actual gobierno, es un lugar moderno (no feudal); con justicia y equidad social; donde los campesinos poseen tierra; con oportunidades para la juventud y calidad de vida en la vejez; con desarrollo simétrico; con inclusión social y económica mediante la economía popular o asociativa y cooperativa (la democracia económica); con respeto a la propiedad privada que cumple su función social y, es esencial, un país construido por todos nosotros, desde abajo, desde regiones como la tolimense.
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