Ibagué, una ciudad sin tradición

Ibagué, tal vez por su ubicación geográfica tan cercana a Bogotá y por carecer de un verdadero factor de arraigo como lo tuvieron Medellín, Manizales, Pereira o Armenia en la cultura del café, terminó por resignarse a ser el albergue temporal de diferentes grupos humanos, sin sentido de pertenencia, ni ánimo de permanecer en ella.

Así fue como esta ciudad resultó dándole cobijo temporal a parte importante de la migración de los entonces llamados “turcos” (judíos, sirio-libaneses y árabes) que llegaron a Colombia al principio de la pasada centuria a probar fortuna y una vez hecha ésta se marcharon a otras tierras de más pujante comercio sin dejar aporte alguno a la ciudad; igual que los desplazados de los campos y pequeños poblados por las muchas violencias de la primera mitad del siglo XX, que tan pronto recuperaron lo perdido alzaron vuelo para la cercana capital de la República en busca de trabajo y mejores ingresos, y a los damnificados de la tragedia de Armero, y a los nativos inmigrantes de las provincias cercanas que la usaron como la escala obligada en su tránsito hacia Bogotá atraídos por una educación de calidad y una mayor oferta de oportunidades.

De esta manera la ciudad su fue configurando como una colcha de retazos: a pedazos y sin coherencia alguna, pero por sobre todo con un menosprecio total por su pasado histórico y desinterés por su futuro, como se evidencia en su deshilvanada estructura urbana y la alta movilidad de su población.


Con un centro urbano tradicional del cual se borraron los vestigios, -muchos o pocos-, de la arquitectura del pretérito, como si  los ciudadanos del presente se avergonzaran de ella, y es lógico pues casi nada les dice: se derruyó el viejo claustro de San Simón, importante muestra de arquitectura neo-colonial, albergue del Congreso de la República cuando Ibagué fue capital provisional de la misma y sede de uno de los planteles verdaderamente paradigmáticos de la educación en Colombia. También la fementida piqueta del progreso tumbó sin compasión las austeras edificaciones que una vez albergaron la administración departamental y el club de mayor antigüedad, el Círculo Social; destruyó el parque Murillo de aprimorado estilo republicano, igual que lo hizo con el hotel San Jorge y con el también republicano Teatro Torres, con la sede neoclásica del Banco de Bogotá y la del Banco de la República; el cuartel de la Policía de Santa Librada y la única muestra de art noveau que se tenía en el Parque de Galarza, todo esto ubicado sobre la histórica carrera Tercera, para culminar echando abajo la estación del ferrocarril “Pedro Nel Ospina” perteneciente a la época de transición al modernismo con el fin de dar cabida a una Terminal de transporte sin ningún valor arquitectónico e irracionalmente ubicada, que en mucho contribuye hoy a la cogestión vehicular que padece la ciudad.


Así mismo, se le cambió su fisonomía y su vocación con el beneplácito de las “autoridades” de planeación municipal, a barrios enteros como los tradicionales de la Pola, Belén, Cádiz o Interlaken, testimonios vivos de los varios estadios de desenvolvimiento social y urbanístico de Ibagué, todo para ajustarlas a intereses individualistas amalgamados con prosaicos compromisos políticos.

Girones completos de historia fueron objeto de despojo colectivo con la autorización de unos supuestos “curadores” urbanos carentes de competencia profesional, conocimiento y sentido de conservación y de unas autoridades desconocedoras de lo que vale preservar, que actuando en contravía de sus obligaciones, autorizaron todos estos exabruptos.    

Hasta unas piezas de valía arquitectónica de la modernidad, como el Club campestre y la Gobernación ya han sufrido grave deterioro y han sido hibridadas sin respeto alguno por su diseño.

Y así, sin ningún factor que nos dé identidad ni miramiento alguno por lo propio, aspiramos a tener vocación turística y llegar a concitar el interés nacional alrededor nuestro como ciudad.

Credito
MANUEL JOSÉ ALVAREZ DIDYME-DÔME

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