La de las IES ¿Una crisis creada?

Andrés Forero

El sistema de educación superior en Colombia arranca el 2025 en medio de un panorama  turbulento, que ya no hace distinción entre instituciones públicas y privadas.
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En medio de esa atmósfera enrarecida, vale la pena detenerse a analizar el origen de las crisis en general. Unas se generan en situaciones  que aunque con permanente observación acaban saliéndose de control y otras más solo son el  resultado de tormentas perfectas, creadas  premeditadamente y alimentadas con la omisión, fórmula que por siniestra que parezca permite alcanzar determinados objetivos.

Aunque muchos consideran que tales teorías conspirativas están lejos de la realidad, la evidencia en el caso particular de la crisis de las universidades en Colombia, por el contrario, parece ser una nítida comprobación.

El libreto reformista del gobierno del cambio es idéntico y ya ni siquiera guarda pudor alguno. Si las iniciativas del ejecutivo se hunden en el Congreso, por inviabilidad técnica, el plan b contempla dejar de hacer o tomar decisiones  que desaten el caos.

Pasó inicialmente con la reforma a la salud. Su derrota en el legislativo vino acompañada de una casi inmediata retaliación desde el Estado con la intervención para muchos no justificada de varias EPS.

Y ahora la asfixia al sistema se agudiza con el decreto presidencial que definió el porcentaje de incremento de la Unidad de Pago por Capitación UPC, sin corresponder a una fórmula técnica, lo que ha merecido críticas desde múltiples sectores, incluidas las asociaciones de pacientes que siguen siendo desoídas en la Casa de Nariño.

Sin embargo, alfiles del pacto histórico como Gustavo Bolivar no se ruborizan al hacer manifestaciones públicas en redes sociales que por autónomas que sean, en el fondo reflejan el pensamiento del alto gobierno, al relacionar los reclamos frente al decretado UPC con la decisión equivocada de archivar la ley de financiamiento.

A toda costa, en su estilo caprichoso, el presidente Petro se niega a renunciar a su idea de mantener una participación mixta en el modelo y se esfuerza para hacer que su deseo se cumpla: soportar la prestación de servicios en una  red pública hospitalaria debilitada y sin capacidades suficientes para afrontar tal desafío, aunque el costo se pague en vidas humanas.

No muy lejos de ahí, está la educación universitaria. En ese trauma clasista que hace parte del  discurso del progresismo, el presidente que se graduó de economista en el Externado, parece rehusar a que las universidades de origen privado puedan continuar en el mercado.

Desde su llegada al poder ha planteado la construcción de nuevas sedes de IES para las regiones y el mejoramiento de las existentes con transferencias y fórmulas como la gratuidad que dos años después siguen siendo una promesa parcialmente cumplida.

Entre tanto, en su animadversión a todo lo que no tenga origen público, su jugada política más  reciente para frenar la disposición de recursos oficiales fue la anunciada reforma al Icetex con la que las universidades privadas dejaron de recibir los pagos de los que cientos de sus estudiantes dependen, al haber optado por la modalidad de créditos educativos.

Además de la política de matrícula cero que elevó ostensiblemente los indicadores de deserción y de los naturales cambios demográficos que indican una disminución de la población joven, las IES que por tradición han sido sinónimo de calidad, ejemplo y motivo de orgullo para el país en temas como la investigación, también tienen que soportar ahora  el peso del acoso estatal que busca excusas para contribuir a su desfinanciación.

En tanto eso ocurre, las universidades públicas cerraban el 2024 sin recibir los recursos de gratuidad, ni las transferencias necesarias para su operación como denunció la congresista Jennifer Pedraza, al advertir el despido de más de 100 catedráticos de la universidad de Antioquia.

Falta el Jefe de Estado a sus promesas de campaña y a su retórica sobre la juventud y la educación, al condenar a muchos jóvenes a una  migración forzosa al sistema universitario público, donde la capacidad instalada como señalan los líderes de organizaciones estudiantiles nacionales, tampoco es suficiente.

No basta con el simbolismo del lápiz en cada discurso o alocución para decírse defensor de la educación, se precisan acciones serias y responsables para que la historia no lo convierta en el verdugo del sistema universitario que hoy clama atención desde la defensa de su autonomía.

 

Andrés Forero

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