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Aquella práctica la asumen como estrategia de campaña que les seduce porque, aprovechando los notables desarrollos tecnológicos, con costos menores logran llegar lejos y multiplicar sus mensajes a gran velocidad. Así es como en la actual campaña presidencial, observamos la intensa actividad que desarrollan algunos de los candidatos que contratan equipos conformados especialmente por jóvenes con enorme creatividad y habilidad en el manejo de la tecnología y de las redes sociales, quienes sin sentido alguno de la ética, actúan como verdaderos delincuentes, respondiendo a ese repudiable principio del “todo vale”.
Su misión es ganar adeptos y restar votos a los contendores. Para lograrlo diseñan y ejecutan campañas de desprestigio, y con gran velocidad bombardean mensajes cargados de mentiras, improperios, ironía y burlescos; tergiversan y magnifican cualquier error o gazapo del contrario; divulgan resultados amañados de encuestas cuestionables; estigmatizan, estimulan el miedo, el odio, la violencia y promueven que la gente salga a votar “emberracada y asustada”. En suma, es “propaganda negra”, guerra sucia.
Con frecuencia sus mensajes incluyen graves injurias y calumnias, los llevan a instancias judiciales que desgastan en forma absurda, y de paso causan daños irreversibles a los contrincantes que pretenden “quemar” y aniquilar. Así, crean confusión, intimidan y engañan a una ciudadanía que infortunadamente no hace una lectura crítica de las falsedades con que la abruman y puede caer en la trampa de “tragar entero”. Entonces, el deber de “proteger a todas las personas… en su vida, honra, bienes, creencias… como reza la Constitución Nacional (Art.2), les tiene sin cuidado.
Lamentable que personas con creatividad y habilidades sobresalientes malgasten su talento en forma tan perversa; tal vez lo hacen porque no han entendido que el daño que generan se devuelve sobre ellos mismos, sus familias y su entorno, en forma de violencia, inseguridad y miseria; cuando podrían aplicar su sabiduría y habilidad para propiciar que las elecciones sean transparentes y permitan que quien dirija este país sea la persona que cuente con las mejores condiciones para enfrentar situaciones extremadamente complejas como las que tendremos en el siguiente período presidencial.
Es un llamado a la conciencia de esos personajes -si la tienen- y a la ciudadanía para que reciba con cautela la información que le llega, la procese con sentido crítico y se abstenga de multiplicar tanta basura. A su vez, los dirigentes que los contratan y actúan igual, deberían entender que acudir a tan repudiables subterfugios será muy difícil de explicar si llegan a la Presidencia, cuando deberán responder: ¿Cómo puede ser buen gobernante alguien que ha acudido a medios tan ruines?, y ¿Si eso hace como candidato qué no hará como Presidente? seguramente mantendrá el mismo estilo para tratar a sus contradictores a quienes no acepta como válidos sino como enemigos que puede denigrar y aniquilar. ¿Es esa la ética que esperan practicar y que, como primera autoridad, dará ejemplo a los niños, a los jóvenes y a toda la ciudadanía? ¿Dónde quedan sus discursos y promesas de superar la violencia y avanzar hacia el logro de justicia, paz y desarrollo? Con tan graves contradicciones, su credibilidad no estará en el piso, sino en la más profunda caverna.
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