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Y casi todos ellos con la pretensión de conseguir votos para llegar a los cuerpos colegiados o posiciones de gobierno. Así, la Registraduría Nacional reporta que los 294 congresistas elegidos para el período julio 2022 - julio 2026 provienen de 17 partidos y movimientos políticos. Y para efectos de este ejercicio sirve señalar que la Registraduría también reporta una lista de 43 partidos políticos “sin personería jurídica y desaparecidos”, que operaban en el siglo pasado (y precisa que es una lista incompleta).
Respecto a los partidos y movimientos presentes hoy en el Congreso se tiene que algunos solo cuentan con uno o dos legisladores en una u otra de las cámaras y podemos anticipar que después de un tiempo, algunos admitirán que “una sola golondrina no hace verano”, que su trabajo no encuentra eco, que los partidos hegemónicos actúan como aplanadoras y bloquean las iniciativas de los grupos menores que buscan renovar costumbres y eliminar o reducir privilegios.
La fragmentación observada ocurre especialmente por desconfianza y también por los egos crecidos de algunos líderes que anteponen su afán de protagonismo a la posibilidad de conciliar en aras a fortalecer el trabajo colectivo. Algunos subestiman las exigencias que impone la conformación de un partido o movimiento político y la complejidad para consolidarlos y mantenerlos. Otros desconocen que el entusiasmo inicial de muchos decae cuando observan las dificultades, y se suma una visión inmediatista respecto a la posibilidad de obtener frutos.
Ahora bien, las causas que se defienden son diversas; así encontramos movimientos comprometidos con causas ambientalistas, animalistas, feministas, indigenistas, negritudes, juventudes, campesinos, pensionados, retirados, Lgbtiq+ y otros que luchan en defensa de la paz, los derechos humanos, la dignidad, contra la corrupción, y muchos más.
Y la experiencia enseña que por más trascendentes que sean, no logran llegar muy lejos, por ello es tiempo de que se analicen con detenimiento unas y otras causas y se entienda que reconociendo su validez y respetando la identidad y las diferencias entre quienes las defienden, se podrían encontrar puntos de convergencia y acordar principios básicos que permitan trabajar como un conjunto.
Esto debe hacerse a lo largo de un proceso y no en forma precipitada cuando se aproximan elecciones y acuerdan alianzas que se fracturan con facilidad. Por supuesto debe preverse que algunos grupos representan empresas familiares o negocios oscuros, con los cuales nada se puede conciliar.
La proliferación de partidos y movimiento políticos no significa mayor democracia, solo refleja desconfianza e incapacidad para asociarnos. No hemos asimilado que solo si nos aliamos podremos conformar una alternativa real frente a los partidos tradicionales que tanta decepción y escepticismo generan. Cuanto se requiere es un partido que sume el esfuerzo de muchos y logre un peso significativo en el escenario político; un partido que genere confianza y con la apertura suficiente para acoger múltiples causas y aceptar una amplia diversidad, acaso dirigencias colegiadas e incluyentes en las que unos y otros se sientan validados y con oportunidades. En este, como en otros campos, trabajar en equipo es imperativo; la propuesta puede sonar utópica pero no imposible, ¿por qué no intentarlo?
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