¿Por cada causa un partido?

Carmen Inés Cruz Betancourt

Por la dificultad para asociarnos hemos caído en la mala práctica de que, para cada causa que nos anima, se opta por armar un partido o movimiento político, soportados en que la Constitución de 1991 en su artículo 107 dispone que “se garantiza a todos los ciudadanos el derecho a fundar, organizar y desarrollar partidos y movimientos políticos, y la libertad de afiliarse a ellos o de retirarse”.
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Y casi todos ellos con la pretensión de conseguir votos para llegar a los cuerpos colegiados o posiciones de gobierno. Así, la Registraduría Nacional reporta que los 294 congresistas elegidos para el período julio 2022 -              julio 2026 provienen de 17 partidos y movimientos políticos. Y para efectos de este ejercicio sirve señalar que la Registraduría también reporta una lista de 43 partidos políticos “sin personería jurídica y desaparecidos”, que operaban en el siglo pasado (y precisa que es una lista incompleta). 

Respecto a los partidos y movimientos presentes hoy en el Congreso se tiene que algunos solo cuentan con uno o dos legisladores en una u otra de las cámaras y podemos  anticipar  que después de un tiempo, algunos admitirán que “una sola golondrina no hace verano”,  que su trabajo no encuentra eco, que los partidos hegemónicos actúan como aplanadoras y bloquean las iniciativas de los grupos menores que buscan renovar costumbres y eliminar o reducir privilegios. 

La fragmentación observada ocurre especialmente por desconfianza y también por los egos crecidos de algunos líderes que anteponen su afán de protagonismo a la posibilidad de conciliar en aras a fortalecer el trabajo colectivo. Algunos subestiman las exigencias que impone la conformación de un partido o movimiento político y la complejidad para consolidarlos y mantenerlos. Otros desconocen que el entusiasmo inicial de muchos decae cuando observan las dificultades, y se suma una visión inmediatista respecto a la posibilidad de obtener frutos. 

Ahora bien, las causas que se defienden son diversas; así encontramos movimientos comprometidos con causas ambientalistas, animalistas, feministas, indigenistas, negritudes, juventudes, campesinos, pensionados, retirados, Lgbtiq+ y  otros que luchan en defensa de la paz, los derechos humanos, la dignidad, contra la corrupción, y muchos más. 

Y la experiencia enseña que por más trascendentes que sean, no logran llegar muy lejos, por ello es tiempo de que se analicen con detenimiento unas y otras causas y se entienda que reconociendo su validez y respetando la identidad y las diferencias entre quienes las defienden, se podrían encontrar puntos de convergencia y acordar principios básicos que permitan trabajar como un conjunto. 

Esto debe hacerse a lo largo de un proceso y no en forma precipitada cuando se aproximan elecciones y acuerdan alianzas que se fracturan con facilidad. Por supuesto debe preverse que algunos grupos representan empresas familiares o negocios oscuros, con los cuales nada se puede conciliar.

La proliferación de partidos y movimiento políticos no significa mayor democracia, solo refleja desconfianza e incapacidad para asociarnos. No hemos asimilado que solo si nos aliamos podremos conformar una alternativa real frente a los partidos tradicionales que tanta decepción y escepticismo generan. Cuanto se requiere es un partido que sume el esfuerzo de muchos y logre un peso significativo en el escenario político; un partido que genere confianza y con la apertura suficiente para acoger múltiples causas y aceptar una amplia diversidad, acaso dirigencias colegiadas e incluyentes en las que unos y otros se sientan validados y con oportunidades. En este, como en otros campos, trabajar en equipo es imperativo; la propuesta puede sonar utópica pero no imposible, ¿por qué no intentarlo? 

 

CARMEN INÉS CRUZ

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