“Mi nombre no importa pero mi historia sí. Nací en Ibagué en una familia de ingresos medios que con gran esfuerzo logró que mi hermano y yo estudiáramos en buenas universidades para procurarnos un buen futuro.
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Hace cuatro años me gradué como Ingeniero de Sistemas y mientras repartía hojas de vida por montones cursé varios diplomados y estudié inglés, pero lo único que conseguí fue un par de contraticos cortos, mal pagos y para tareas irrelevantes. Pero el tiempo transcurría sin vislumbrar oportunidad alguna de trabajo serio y ello me avergonzaba porque no quería ser una carga para mi familia.
Concluí que mi única opción era buscar suerte en USA. Mis padres no estuvieron de acuerdo pero me regalaron unos dólares, conseguí algunos contactos y finalmente pasé por el llamado ‘hueco’, una aventura tenebrosa.
En el trayecto conocí a un paisano con el que, como yo iba ilegal, acordamos compartir un cuarto en una casa modesta de inmigrantes latinos. Pronto conseguí trabajo para los viernes y sábados en la noche como valet parking en un restaurante y el pago eran las propinas. Luego conseguí otro trabajo en una bodega para mover paquetes en un carrito y organizarlos en furgones que los trasladan al puerto; pagaban US$15 la hora y decidí trabajar 10 horas al día, de lunes a jueves; allí les demostré que podía manejar su sistema de información para controlar tiempos y movimientos de los paquetes que recibían y transportaban, entonces me dieron dos horas diarias para realizar esa tarea y esas horas las pagaban a US$17. Así, mi ingreso mensual es cercano a US$3.000 que, para alguien en Colombia, suena como un gran sueldo porque representaría cerca de $13 millones al mes, pero aquí apenas permite sobrevivir, porque vivienda, alimentación y transporte son muy costosos. No cuento con servicio de salud, voy al médico particular y compro mis medicamentos.
Envío US$300 mensuales a mi familia y vivo con máxima austeridad; así llevo 18 meses y considero que he tenido suerte, pero el miedo a ser detectado como ilegal en cualquier lugar es insuperable, peor ahora cuando presionados por esa horda de migrantes que busca ingresar a este país, los gobiernos extreman las medidas para identificar y expulsar ilegales y lo hacen de la manera más eficaz, sancionando con enormes multas a los empresarios que los emplean.
Tengo 27 años y observo muchos latinos que hicieron igual que yo y llevan varios años sin salir de semejante situación, inclusive algunos viven en contenedores adaptados, o autos viejos y utilizan baños públicos. Si bien el entorno es muy lindo, ésto nada tiene qué ver con el ‘sueño americano’ del que tanto se habla, se parece más a una pesadilla. No sé cuánto tiempo más aguante porque no es lo que quiero para el resto de mi vida, mi gran dilema es: ¿a qué regreso a Colombia si me dicen que las cosas han empeorado? Hoy tengo claro que en mi país no hay futuro a pesar del esfuerzo por estudiar y ser un buen ciudadano. Pienso que fui afortunado al escoger mi carrera universitaria, si hubiera estudiado Derecho, como quise inicialmente, las cosas serían peor”.
Como ésta, posiblemente son miles las historias de migrantes, y ello exige estrategias eficaces y en diversos frentes para superar los graves problemas que las originan.
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