Si los incumplidos supieran ….

Carmen Inés Cruz Betancourt

Posiblemente fue un “incumplido incurable” quien inventó que llegar tarde a las citas acordadas es lo que corresponde a personas importantes o que presumen serlo, y lamentablemente otros acogieron la idea.
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Por supuesto, hay diversas formas de incumplir, aquí me refiero a dos muy frecuentes. 

La primera es aquella que se observa en directivos del sector público y privado de alto y medio rango, que luego replican sus colaboradores, de llegar tarde a las citas sin importar que ellos mismos las hayan definido, convocado y reconfirmado. Tampoco les importa si se trata de eventos donde cientos y a veces miles de personas les esperan, con el agravante de que los organizadores optan por esperarles, porque ¿cómo iniciar sin tan importante personaje? Entre tanto, el individuo puede estar entretenido con asuntos que pudieran esperar, y luego sin vergüenza alguna, se presenta sin ofrecer la mínima disculpa, o con una explicación que nadie le cree. Incurren en una falla inaceptable los organizadores que, en cambio de replantear la agenda para iniciar a tiempo, los esperan, generando gran malestar a los participantes; así terminan castigando a los cumplidos mientras premian a los incumplidos.

Lamentable que quienes incumplen, subestiman el enorme disgusto que causan y la perturbación que ocasionan a las agendas programadas. Menos aún consideran el costo del tiempo que pierden quienes esperan, que bien hubieran podido aplicarlo a labores productivas, a resolver asuntos importantes o a descansar. 

Tampoco perciben que su incumplimiento lesiona su imagen en materia grave, porque pierde credibilidad. Más grave aún si es alguien en posiciones directivas, porque logra que ese comportamiento se replique en su entorno y sus colaboradores podrán decir: si el/la jefe llega tarde por qué yo no? Si el/ella incumple por qué yo no?, y su ejemplo lo replicarán a la hora de entregar las tareas encomendadas y se reflejará en la operación de las entidades donde laboran. Lamentablemente quienes así proceden no escuchan los comentarios que comparten quienes esperan, que suelen ser críticas demoledoras sobre los responsables. 

Un segundo aspecto relacionado con el hábito de incumplir tiene que ver con quienes hacen promesas basadas en sus buenas intenciones, sueños, delirios o mitomanía. Prometen sin considerar las posibilidades reales de materializarlas, y lo hacen para impresionar y atraer simpatizantes, pero no pasará mucho tiempo hasta cuando su imposibilidad para cumplir lleve a que quienes esperaban, lo califiquen de mentiroso, delirante, farsante y mucho peor; en todo caso su imagen sufrirá un daño irreparable. Esta situación es recurrente especialmente entre políticos o “politiqueros” que en tiempos de campaña se desbordan en ofrecimientos inviables, y que no responden a una planificación seria, ni consultan prioridades, preferencias de las comunidades, ni disponibilidad de recursos para financiarlos. 

En suma, si quienes incumplen tomaran conciencia del daño enorme que se causan a sí mismos, optarían por no comprometerse con aquello que no pueden cumplir o, en todo caso, con suficiente anticipación expresarían la imposibilidad para hacerlo, ofrecerían disculpas y propondrían los ajustes pertinentes. Hacer esperar y prometer asuntos que no pueden cumplir es fatal.

El remedio está en sus manos: piense antes de comprometerse, no pretenda multiplicar su tiempo ni hacer milagros, porque eso no funciona. Y hay razones para afirmar que entre las características más valoradas de una persona, está el cumplimiento riguroso de sus compromisos, independiente de la trascendencia de los mismos, porque ello confirma que es alguien confiable, responsable, que respeta a los otros. Cumplir con rigor los compromisos es la mejor postura, si quiere que crean en usted, y ese puede ser su mayor activo. 


 

Carmen Inés Cruz

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