Una de las formas de hacer escritura corresponde a la formulación de una pregunta.
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Este criterio ofrece la posibilidad de dar forma y permanencia a la inquietud. Analizar un interrogante nos posibilita la reflexión, que es la condición indispensable para el potencial desarrollo de los distintos saberes y procesos. De hecho, contemplar las distintas opciones de respuestas que se presentan ante una cuestión equivale a efectuar filosofía.
A la par, el registro de las diferencias posibilita indagar sobre el por qué y el para qué de los acontecimientos, dando lugar a diálogos de distintos saberes. Por eso, considerar que solo un saber es válido impide el progreso en la pregunta y los discursos.
Al lado de la escritura hay que fomentar, por supuesto, la lectura. Esta última identificada con las interpretaciones dadas frente a los acontecimientos o experiencias (escritas o no). Acá no es oportuno entrar a analizar sobre ¿cuál es la herramienta más importante?, lo cierto es que dicha verificación aporta mucho para una adecuada escritura.
Este es el gran compromiso de los docentes frente a la lectura y la escritura, que es la pretensión de esta columna. Si anhelamos que nuestros alumnos escriban, debemos mostrarles que nosotros mismos escribimos.
Si deseamos que ellos lean como hábito, hay que indicar el camino de la lectura como una opción viable y sencilla. Y lo más importante: si queremos ambicionar que los hábitos de lectura y escritura tengan un sentido social, se debe compartir contenidos significativos de interpretación, creatividad y formas de reflexión con enfoque social, político, económico y cultural.
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