La fiscal y el procesado

Columnista Invitado

La Convención Nacional Republicana, celebrada dos días después del atentado al ex presidente Donald Trump, batió récords de rating como el gran espectáculo que fue y, con su cobertura, Fox News superó en audiencia a todas las cadenas de cable y televisión abierta.
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El discurso de Trump, por lo demás, fue el más largo de un candidato republicano desde la década de 1950 y, según el verificador de CNN, Daniel Dale, en él el expresidente hizo al menos 22 declaraciones engañosas o falsas.

Con todo, tratándose del discurso de un político, esto no sorprendió a nadie: la política se convirtió hace rato en un concurso de declaraciones engañosas, en el espacio de los «diagnósticos falsos y los remedios equivocados». Tampoco la espectacularidad de la convención sorprendió mucho, pese a que cerró con Hulk Hogan rasgándose la camisa y pidiendo a gritos que «América» (por supuesto sólo la América de ellos), recuperara su grandeza.

Lo que realmente llamó la atención fue el giro marcadamente mesiánico y religioso que la convención adquirió por momentos. Este mesianismo y esta religiosidad, implícitos en muchos de los espectáculos políticos modernos, se hizo allí tan explícito que, pese a no ser una completa novedad, no puede menos que asombrar y, cómo no, aterrar.

Según le decía una de las delegadas de Wisconsin a Jonathan Swan, el reportero del New York Times que cubre la campaña del republicano, en estas elecciones todo se trata de una guerra entre el «Bien y el Mal». Por intervención divina, Trump ha sido el elegido para liderar y ganar esa guerra santa.

Y es que, en efecto, para Swan una de las sensaciones más extendidas de la noche fue esa: Dios salvó a Trump para que Trump salve a los Estados Unidos, ahora en manos de una persona no solo «malvada» sino incapacitada por su avanzada edad, i.e., el presidente Biden.

Como lo ha notado Ezra Klein, Trump y sus asesores han invertido esfuerzos y millones en atacar durante años a Biden por la que se convirtió en su mayor debilidad: su edad. Pero, por eso mismo, tras grabar en la mente de los votantes la importancia de tener en la presidencia a alguien más joven, la balanza podría inclinarse en contra suya.

Biden ya no competirá por la reelección y seguramente Kamala Harris sea la nominada oficial del Partido Demócrata. Trump, de 78, y al que también se le notan los años, tendría en ese caso que enfrentar a una candidata 18 años más joven, lúcida, enérgica y sonriente, después de haber estado insistiendo semana tras semana que, quizás, elegir a un viejo de presidente no sea la mejor decisión para su país.

 

Simón José Ortiz

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