El doble discurso frente a la prensa

Columnista Invitado

Es imposible construir una sociedad informada y crítica, si el principal líder del país no respeta el papel de los medios como vigilantes del poder; medios que antes defendía.
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Hace algunos días se reunieron el Relator para la Libertad de Prensa de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y el presidente de la República, con el propósito de firmar la más reciente directiva presidencial para evitar la estigmatización de los medios de comunicación. En teoría, el acto tenía un noble propósito: defender la libertad de prensa. Sin embargo, la contradicción no tardó en aparecer. El mismo presidente Gustavo Petro, apenas horas después de firmar el documento, lanzó duras descalificaciones contra periodistas, comparándolos con propagandistas de regímenes totalitarios. Nada novedoso.

Este episodio revela un grave problema de incoherencia gubernamental: un gobierno que dice defender a la prensa libre, pero que simultáneamente lanza fuertes ataques. Esto no solo confunde, sino que desvirtúa su propio discurso. Es imposible construir una sociedad informada y crítica, si el principal líder del país no respeta el papel de los medios como vigilantes del poder; medios que antes defendía.

La actitud del presidente no solo vulnera el derecho de los periodistas a ejercer su oficio sin temor a represalias, sino que envía un mensaje inquietante a la sociedad: la crítica es bienvenida, pero solo si no va en contra del gobierno. Petro, quien alguna vez fue defensor de las libertades, parece ahora olvidar que una prensa fuerte es vital para cualquier democracia.

Las consecuencias de no respetar esta directriz pueden ser profundas y duraderas. Cuando los líderes de un país desacreditan a los medios de comunicación, se alimenta un ambiente de hostilidad que erosiona la confianza pública en la prensa, lo cual abre la puerta a la desinformación y al debilitamiento de la democracia misma. A largo plazo, este deterioro socava no solo el derecho a la información veraz, sino también la capacidad de la ciudadanía para fiscalizar al poder.

Si el gobierno no es capaz de cumplir con sus propias directrices, ¿cómo espera que el país confíe en su compromiso con la transparencia y el respeto a los derechos fundamentales? La falta de un autoanálisis crítico en el gobierno nacional hace daño a la legitimidad de la institución misma; si el primer mandatario desestima las críticas y los señalamientos, sólo porque le afectan, no puede pretender que sus ejecutorias exitosas sean reconocidas.

El reto está claro: no basta con firmar documentos y menos aún hacer rueda de prensa. La verdadera defensa de la libertad de expresión se demuestra con hechos, no con palabras que se desvanecen en el aire.

 

Rodrigo Javier Parada

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