La violencia sexual siempre ha sido utilizada como estrategia de guerra. Recientemente tenemos el caso de Siria, donde se ha usado la violación sistemática contra las mujeres para someter a los opositores al régimen. Colombia, por supuesto, también ha padecido con virulencia, este crimen de lesa humanidad.
El Centro Nacional de Memoria Histórica (Cnmh), constata a través de sus investigadores, que el abuso sexual, ha cumplido con los fines del conflicto armado, o sea, aniquilar, humillar o destruir al enemigo. No se trata de una violencia aislada u oportunista.
Este tipo de violencia se ha ensañado en el 91 por ciento de los casos con mujeres, niñas y adolescentes, en su mayoría indígenas y afrodescendientes, pues justamente es en sus territorios, en donde se han dado las más duras confrontaciones.
Se han registrado alrededor de 15 mil víctimas de 1958 a 2016, pero se estima que el número es muchísimo más alto, dado que no todas se atreven a denunciar dada la estigmatización y el señalamiento que sufren. El Cnmh estableció un crecimiento de este crimen, entre el año 2000 y 2005 durante la arremetida paramilitar, y entre los años 2011 y 2014, por el reacomodo de la guerrilla.
En cuanto a los victimarios, nadie está libre de culpa. Todos los actores del conflicto, paramilitares, guerrilleros y agentes del Estado, practicaron la violencia sexual, aunque ninguno de ellos, por las connotaciones éticas, lo quieran admitir. Necesario es reconocer que hubo diferencias en el modus operandi, de los diversos agentes.
La violencia sexual también fue utilizada contra las líderes; contra mujeres que tenían comportamientos que debían ser castigados: ser infieles, rumberas, chismosas, y las que tenían relaciones con el adversario; se aplicaban técnicas de control moral y de género sobre las comunidades.
En las zonas donde los paramilitares tenían todo el control, las mujeres les pertenecían a las buenas o a las malas; recordemos a Hernán Giraldo en la zona de la Sierra Nevada.
El abuso sexual, impacta gravemente la dignidad de la persona. Es un acto de guerra utilizado para amenazar, dominar, sembrar el terror. Pretende destruir redes sociales y controlar grupos sociales e imponer determinados modelos políticos, económicos y sociales.
También practicaron los combatientes, la deplorable limpieza social, desapareciendo o violando a personas que, en su imaginario, significaban, desviación o inmoralidad, como los homosexuales o lesbianas.
Por todos estos dolorosos hechos, es que los colombianos más que nunca, debemos apoyar la JEP. Para que, los responsables de estas atrocidades reciban el castigo que merecen. Y, uniéndonos al Francisco de Roux, llamamos a las víctimas, no permitir la manipulación politiquera de su tragedia. Pasemos la página.
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