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Y digo que es uno de los grandes hitos porque la agenda abocada sentó las bases para el triunfo de Olaya Herrera en 1930 y el surgimiento de la República Liberal con Alfonso López Pumarejo, cuyo faro ideológico fue el maestro Darío Echandía.
Las expectativas sobre la Convención eran tan grandes que Herrera vaticinó que Ibagué se convertiría en el Sinaí donde se dictarían las nuevas tablas de la ley del liberalismo colombiano. Y así fue. Esa colectividad se congregó en la capital tolimense a pensar un nuevo paradigma en todos los órdenes sintonizado con las necesidades populares, particularmente en el campo laboral y en el educativo, y en el modelo de Estado. Augusto Trujillo Muñoz, en un artículo escrito con ocasión de los 90 años de ese magno suceso, sintetizó así su contenido programático: “La defensa inflexible de las libertades públicas, la implantación del voto de censura en el Congreso, la elección popular de alcaldes, la mejora de la condición civil de la mujer casada, la supresión del voto a que tenía derecho el ejército, la autonomía universitaria, la organización de la asistencia pública como servicio esencial, la creación de la oficina del Trabajo, el fomento del ahorro popular, la intervención del Estado en la economía, fueron las tesis con las cuales se comprometió el liberalismo”. Entre las decisiones más importantes que se consolidaron en el marco de la Convención del 22 estuvo la renuncia del liberalismo a apelar a las armas. Existía la percepción de que Herrera había sido derrotado en su aspiración presidencial gracias al fraude, y algunos líderes querían retomar las armas e irse a una nueva guerra civil.
El propio Herrera se opuso. Eso contribuyó a consolidar al liberalismo como alternativa de gobierno, dentro de la legalidad. El debate medular de esos días era el enfrentamiento entre dos corrientes doctrinarias: el librecambismo y el proteccionismo e intervencionismo de Estado, que finalmente se consagró en la reforma del 36 y marcó una época de modernización del país y de construcción de clases medias. Actualmente vivimos una situación similar. Colombia atraviesa la crisis social y económica más aguda del último siglo, crecen el desempleo, la pobreza y la informalidad, y se esfuma la posibilidad de generar prosperidad porque las empresas colombianas se ven sometidas a competir con grandes corporaciones transnacionales que gozan de tecnología, subsidios, entornos seguros y buenas condiciones estructurales. El modelo neoliberal está agotado. La diferencia hoy es que el liberalismo dejó de ser alternativa y es una ruina moral, sin una dirección acorde a las demandas de este tiempo, dedicado sólo a la politiquería y al usufructo del poder. Una sumatoria de politicastros.
Colombia necesita unas mayorías nacionales que garanticen estabilidad, prosperidad, seguridad y un mejor reparto de la riqueza. Se requiere un cambio de rumbo. De cara a las elecciones del 22 miremos hacia la celebérrima Convención de Ibagué, que marcó un antes y un después en la historia política colombiana. El partido liberal ha muerto, ¡viva el liberalismo!
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