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Es como si intentara explicarle a un campesino del Tolima la teoría de la relatividad usando solamente refranes de la abuela.
Imaginen por un momento a ese campesino, con su ruana y sombrero, sentado en la plaza del pueblo, tratando de descifrar cómo los tuits presidenciales pueden ser tan explosivos como las granadas de fragmentación. ¿Cómo le explicamos que las metáforas diplomáticas de quienes gobiernan, son como un sancocho mal cocinado: todos los ingredientes están ahí, ¿pero el sabor es un desastre?
El presidente, en su afán de convertirse en el García Márquez de la política exterior, ha olvidado que la realidad supera a la ficción, especialmente cuando se trata de conflictos internacionales. Su cuenta de X (antes Twitter) se ha vuelto un campo de batalla donde cada palabra es un misil sin GPS, cayendo donde menos se espera.
Pero, ¿y si en lugar de lanzar bombas verbales, invitáramos a los líderes de Hamas y a los políticos israelíes a una parranda vallenata? Quizás entre el sonido de un acordeón y el sabor de un buen aguardiente, encontrarían más puntos en común que en todas las reuniones de la ONU juntas. Y si no logramos la paz mundial, al menos tendríamos la satisfacción de haber intentado resolver conflictos milenarios al ritmo de un buen merengue campesino.
No sé si esta es la solución, pero seguro que calmaría más los ánimos que las declaraciones incendiarias de nuestros líderes que quizás sepan de políticas exterior lo que saben de los problemas del patio trasero de sus casas, estoy seguro que muy poco. Porque al final, como diría un personaje de "Los detectives salvajes" de Bolaño, todos somos poetas perdidos en el desierto de la política, buscando un oasis de cordura en medio de la locura.
En este mundo donde cada tuit presidencial es amplificado como si fuera la trompeta del juicio final, tal vez necesitamos menos discursos grandilocuentes y más conversaciones de cantina. Porque allí, entre el humo del tabaco y el vapor del ajiaco, es donde realmente se entiende que los problemas de opinión son problemas del lenguaje, y que a veces, un buen chiste dice más que mil comunicados oficiales.
Así que, querido lector, la próxima vez que vea a nuestros políticos lanzando una de sus perlas diplomáticas al ciberespacio, recuerde: en la política, como en la cocina, no por echar más picante el sancocho queda más sabroso. A veces, lo que se necesita es bajarle al fuego y dejar que los sabores se mezclen solos. Y si eso falla, siempre nos quedará el plan B: invitar a todos a una buena parranda vallenata con guarapo y un buen tapa roja de esos que entran suavecitos pero al otro día dejan dolores de cabeza al estilo de un buen guayabo tolimense. Porque, como dicen por ahí, "con música y aguardiente, hasta los enemigos se vuelven parientes". Eso sí y en pelea de gallos este humilde escritor no es cucaracha del rancho.
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